jueves, 6 de marzo de 2014

EL CIRCO De Roberto Es.


El espectáculo no fue como esperaba. Sonia siempre había creído que el primer día que se presentara ante el gran público sería maravilloso, pues haría lo que más le gustaba, lo que siempre había deseado. Pero los nervios se apoderaron de ella. La impresionante pista  le pareció como la arena de un circo romano que la expusiera a los salvajes leones; la música le era difusa y ajena, y la luz hiriente que despedían los focos, deslumbraba y atontaba sus sentidos.
Trataba de sincronizar, no sin dificultad, giros y equilibrios, ejecutando las acrobacias con angustiosa aprensión.
El miedo escénico, hasta ahora desconocido para ella, se apoderó de su espíritu, envolviéndola en un mortal abrazo que paralizó su cuerpo haciendo de ella una marioneta sin alma.
Pero pronto, todos sus terrores quedaron atrás y Sonia irrumpía en la pista deslumbrante, embriagadora y sensual, con total dominio de su cuerpo, ejecutando, ahora magistralmente, los movimientos que cortaban el aire con el contorno de su afilado perfil.
El circo lo era todo para ella: un veneno necesario aunque a veces amargo; vital para su existencia. No entendía su vida sin sentir el vacío bajo sus pies y el vértigo de todo su ser, cuando, como una diosa, emergía en aquel círculo mágico y volcaba en el público, sediento de primarias emociones, toda su esencia interior en una perfecta comunión de delicados gestos, aferraba los  sentidos de todas aquellas asombradas almas a los duros asientos de hormigón.
Pero, fuera de la carpa, la Sonia mortal tenía una vida triste, plana, descolorida.
Su frágil corazón, víctima de perversos desengaños, rezumaba lágrimas de antiguas cicatrices, de remotas penas, y lloraba la ausencia de manos que lo besaran, de labios que lo acariciaran. Sepultado bajo espesas capas de rencor, despecho e indiferencia negaba cualquier esperanza de amor a su maltratado espíritu; condenándolo a la más desierta e ingrata soledad para el resto de su existencia.
Sonia se aferraba a su mundo del  circo. Esa nueva vida construida sobre las ruinas de la anterior, donde se encontraba segura y arropada  por su peculiar familia; ellos, que la adoraban, le entregaban todo el amor que necesitaba.
Llegó al circo para vivir y en el circo quería morir.
Allí había encontrado algo parecido a la felicidad. Subida al trapecio tocaba el cielo; era la reina del mundo, de su mundo, donde su sangre arrolladora, palpitaba en sus sienes; y era en ese momento de ingravidez, cuando todo a su alrededor se ralentizaba y le parecía flotar…., como a cámara lenta. Entonces, y solo entonces, encontraba la paz.
Sonia deseaba que el último día de su existencia la encontrara balanceándose en su querido trapecio. Este y no otro era su lugar. Mientras, en la pista, el maestro de ceremonias proclamaría ante su amado público:
-¡Aquí vivió Sonia, la diosa del trapecio y estará siempre entre nosotros

¡Que continúe el espectáculo!.



2 comentarios:

  1. Circo: palabra de jugosa dualidad que tú has sabido aprovechar para construir un relato donde el circo de la vida y la vida del circo se dan la mano, incluso más allá del final.

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  2. Tienes una imaginación prodigiosa, me encanta cuando la dejas escapar.

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