jueves, 31 de marzo de 2016

CRISÁLIDA de Roberto.Es




Bahiya estaba nerviosa. Al día siguiente comenzaría una nueva aventura. Por fin había llegado el momento que tanto esperaba.
Desde pequeña la han preparado para afrontar este desafío vital. Pero está asustada. Por primera vez en su vida, se alejará de su amado pueblo y de su venerado padre Wakusi, Rey de los Okrika. Sus guerreros la llevarán hasta los confines de la aldea. Allí estará sola. Sola con la luna, bajo un capazo de  estrellas que, curiosas, le harán  guiños en la oscuridad; a orillas del rio, de su rio, el que la ha arrullado desde niña con sus manos de agua: sus líquidas manos. En su remanso se siente tranquila.
Mientras, en el poblado, la tribu duerme sus sueños; una melodía irrumpe silenciosamente en la quietud de la noche. Proviene de las profundidades de la selva. Es Bahiya cantándole a los espíritus del agua. Es la dulce pero amarga despedida para aquellos que la han protegido  desde su niñez. Bahiya canta y llora..., llora y canta. Pasan las horas, los días, las noches y Bahiya, extenuada, casi sin fuerzas, continúa con su lamento, su triste melodía, su adiós.
Pronto vendrán a buscarla. Ya no verán a la princesita que marchó inocente y asustada. Porque el rio, tras una mágica metamorfosis, les devolverá a una mujer que ha roto el cordón umbilical que la unía a su pequeño pasado, para renacer en un nuevo presente y afrontar con orgullo su real destino.

Pero Bahiya, Soberana de los Okrika, llevará en su corazón la impronta de un rio que la amará para siempre.

lunes, 21 de marzo de 2016

EL PELO Juan Pedro.


           


            Si pudiera dar una definición al pelo de la cabeza o cabello, diría que es el vestido de la misma. A todos nos preocupa, lo admitamos o no, su estado y apariencia, no hay más que ver la cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero que desde tiempos remotos la gente invierte en cortar, colorear, cepillar y arreglar sus cabellos.
            La forma o apariencia con que presentamos nuestro pelo a los demás habla de nuestra personalidad, es como un mensaje de nuestro estado, tanto anímico como de salud, pero su verdadera función natural es la de ejercer como un aislante protector del frío o del calor. Sólo que los seres humanos le hemos asignado otros papeles como el de influenciar a los demás en la medida de lo posible para que nos vean de una manera determinada, más atractiva. Ello tiene profundas raíces emocionales y psicológicas. En efecto, lo emocional tiene además una relación directa con el estado del pelo, no hay más que ver el encanecimiento progresivo debido a las tensiones, disgustos, así como la caída del cabello debido al estrés, llegando incluso a la calvicie. Pero no hay que olvidar que en esto también hay un componente genético y hereditario, así como la edad.
            Yo particularmente opino que el pelo hay que cuidarlo pero sin pasarse, lavarlo en exceso así como teñirlo muy a menudo no hace sino agredirlo y dañarlo. En fin, como decía mi abuelo, al pelo mientras menos potingues le eches, mejor, y lavarlo con jabón  Lagarto.



domingo, 13 de marzo de 2016

POR FIN Lali Marcelino


Desde que tuve conciencia, supe, intuí que “algo” pasaba en mi cuerpo y en mi mente, que rechazaba a la vez que me atraía.
Hasta mi adolescencia no comprobé qué es lo que pasaba, pero seguí negándome a lo evidente. Mi círculo de amistades cada vez más reducido, porque yo así lo quería, se fue quedando con cuatro amigos: Antonio, Gerardo, Carlos y Anselmo. Inconscientemente, las féminas del grupo fueron saliendo de mi vida, por el continuo desamor.  Con ellos tenía muchas cosas en común: el fútbol, la cerveza, el ajedrez, pero sobre todo, nuestra mayor afición, las motos.
Odiaba mi nombre, Silvia. Con un simple cambio de vocal la “a” por la “o”, qué feliz hubiera sido.
Anoche, a mi regreso después de un paseo en moto por el norte de la isla, paré en un guachinche, ansiosa de un poco de calor y una copa de vino, para seguir mi rumbo. Detrás de la barra, una mujer de pelo pelirrojo, con una amplia sonrisa y unos ademanes suaves y a la vez contundentes, llamó mi atención. Sólo el hecho de dirigirme a ella y fijar mis ojos en los suyos me producía rubor. No hizo falta, ella se dirigió a mí, en vista que quedé petrificada y como si me conociera de toda la vida:
-¿Cariño que va a ser?.
Me pareció que aquellos tremendos ojos me miraron con un interés especial.
Balbuceé  -vino….una copa…tinto-.
Me cogió las manos, en un intento de tranquilizarme y un escalofrío placentero recorrió todo mi ser, eran suaves, seguras y calurosas.
El reencuentro con mi niña interior, me hizo saber que mi nombre era muy bonito, y que mis contradicciones por lo que parecía y no era, o por lo que si era y no parecía, llegaba a su fin y se abría un nuevo camino con una pasajera en mi moto.




jueves, 3 de marzo de 2016

CORSÉ Roberto.es




         Nunca desfallecí en la lucha por mi libertad.  Odiaba cada mañana cuando entraba Enriete para ayudarme a vestir.  Solía odiar ese corsé en el que me enjaulaban cada día y que simbolizaba el dominio y la sumisión, no solo en cuanto al género sino que además, marcaba la diferencia de mi clase social (una futura dama), del de las criadas y el pueblo llano.  Odiaba las buenas formas, la buena educación…Esa era la mujer de mi juventud: un jarrón chino que callaba, obedecía y al que se ignoraba sin permitirle pensar por sí misma, como si de un deficiente mental se tratara.
         Un día, mi destino cambió.  Esa tarde nos visitó, acompañado por su hijo, un viejo amigo de mi padre.  El joven, aunque guapo, era de una naturaleza tímida y taciturna.  Como dos bichos raros que mutuamente se reconocen, enseguida nos sentimos atraídos.  Estuvimos hablando de literatura, de pintura y hasta de política, algo sorprendentemente inusual en aquellos tiempos.  Por primera vez, no sólo veían en mí a una damisela casadera sino que además se interesaban por la mujer inquieta, con criterio propio, que se encontraba debajo de aquel ridículo disfraz.  Pronto nos casamos y con este acto me liberé de las ataduras de aquella mordaza que me atenazaba el cuerpo y ninguneaba mi capacidad intelectual.
         Hoy por hoy, mi marido se ha convertido en mi mejor compañero; él me apoya, me ama y me respeta.  Lidero el movimiento sufragista que lucha por la igualdad de la mujer y por la restitución de su dignidad social.  Por cierto, sigo conservando aquel antiguo corsé que tanto detestaba en mi mocedad; pero sin embargo, ahora me encanta, pues se ha convertido en la original y singular pantalla de la lámpara que adorna mi tocador…Sexi, ¿verdad?


PROBAR O NO PROBAR Lali Marcelino



Les cuento que no me solían gustar los aguacates, sin embargo, aquella tarde empecé a verlos de otra manera. Una vecina me regaló dos hermosos ejemplares procedentes de la isla colombina.
-Recién cogiditos del árbol, -según me comentó-, todavía están un pelín verdes. En una semana podrás comértelos.
Sinceramente ella estaba más ilusionada que yo. Por no desairarla, no le comenté que no me gustaban, aunque no sabía por qué, jamás los había probado. Según decía mi abuela “hay que probarlo todo”. Siguiendo sus consejos y por su aspecto y las referencias tan buenas que tenía de su procedencia, me provocaban y decidí hincarles el diente y así comprobar que ese sabor a almendra, que relamiéndose comentaba mi abuela, era cierto.
Todo un ritual alrededor de aquel ovalado cuerpo de color verde brillante. Partido por la mitad sobre la tabla de cocina, una de ellas con un hueco y la otra con una especie de boliche que asomaba. Escogí la del hueco y como había visto a mi querida abuela, espolvoreé un pelín de sal fina y con una cucharita de postre comencé a deleitarme el paladar, con todo el placer que pude…y efectivamente sabía a almendra y no paré hasta que también me comí la otra mitad. No me sacié, y seguí el mismo procedimiento con el otro, que me esperaba en el frutero.
Alergia, empacho, no lo sé. A las tres horas terminé en urgencias y comprobé que hasta que no se me quitara el sabor a almendras de la boca, jamás volvería a comer aguacates…ni almendras.







ALLÍ ME OLVIDAS Juan Roberto




Te veo pasar en mucha gente, en las que lloras y ríes…, mientras en otras tantas mantienes la mirada perdida, como buscando respuestas.  También eres confidente de emociones, situaciones a las que, muchas veces, llevas a quien no sabe dejarte a tiempo.
Y pensar que llegaste como un nuevo amor para irte con la vida, en silencio…  Sé que no podré olvidarte pero si dejarte.   Allí me olvidas. 

Te acuerdas de mí cuando te encuentras sola, te acuerdas de mí cuando sufres sola, mas, cuando puedes reír, allí, allí me olvidas


EN TI Juani Hernández





Solo te pido que me dejes ser
eso que siempre fui y seré,
desde antes aún de mi propia existencia.
Solo te digo desde ahora y como antes,
no me atribuyas el delito de derribar leyes
de abolir costumbres…
Solo hago abrir horizontes, plantar ideas,
siembras nuevas,
regar quimeras…
Solo busco, lo sé,
asumo las consecuencias:

reconocerme en ti, mi conciencia




LOS BESOS BABOSOS Esther Morales






Solía odiar los besos babosos pero algo hizo que aquella tarde empezara a verlo de manera distinta.  Les cuento que, para que Paco se calme cuando yo llegó de la calle, tengo que cogerlo en brazos y él se priva por darme lengüetazos en la cara; cosa que yo no soporto porque odio que me dé sus besitos babosos…que me dan un asco terrible. 
Cuando lo tomo en mis brazos para que se calme, suelo girar mi cara hacia el otro lado hasta que aquella tarde mi percepción cambió, al comprobar que él también hacía lo mismo: daba vuelta a su hocico al lado contrario que el mío.  ¿Será para que yo no lo babee? Se me olvido decirles que Paco es mi perro.





BUEN ÁRBOL Maruca Morales




         Yo creo que, a mi edad, no tengo que lamentar que me haya ido mal por arrimarme a nadie malo.  En primer lugar, siempre me he llevado de los consejos de las personas mayores, como aquel que dice que estar todos los días sentada en casa de los vecinos no trae buenas consecuencias.  Esas palabras siempre las he llevado conmigo desde pequeña porque los consejos de las personas mayores para mí son sagrados.
         Hasta ahora, nada tengo que decir de las amigas que he tenido a lo largo de mi vida, ni de los vecinos y me felicito por esto.  Creo que ellos tampoco tengan que decir nada de mí.  Así que considero que, como me decían mis abuelos, me ha sabido arrimar a buenos árboles.




SIEMPRE RECORDARÉ… Juani Hernández




         Solía odiar el descaro con el que algunas personas utilizaban la información para hacer juicios de valor y así manipular los sentimientos, con fines difusos y banales, sin embargo, algo ha hecho que esta tarde empiece a verlo de otra manera.  Sí, la verdad, me ha gustado la charla de este psicólogo y sus investigaciones sobre el comportamiento humano y la fragilidad de una personalidad de baja autoestima.  Sí, es cierto que todos manipulamos, incluso queriendo hacerlo con la mejor intención, sin pararnos a pensar en las posibles consecuencias de nuestros actos o palabras, que no solo podrían causar el sufrimiento, sino la destrucción de una amistad que tarda años en consolidarse… como aquella…
          Entonces recordé que, juntas, habíamos afrontado situaciones difíciles, apoyándonos la una en la otra, y las risas incontenibles por acontecimientos absurdos con final feliz.  Pero, mira por donde, la casualidad o la suerte hizo que una de las dos destacara de alguna forma en algo insignificante, nada digno de mención, en una actividad que ambas compartíamos y que habíamos empezado a practicar con ilusión porque nos divertía  y…
         Pues sí, no faltaron los bienintencionados que manipularon la situación creando así más incertidumbres y distanciamiento, en lugar de mediar con sensata balanza,  justo razonamiento,  sentido común y generosa comprensión.
         La pena que produce el juego de la manipulación y, en este caso, sin fundamento, es honda.  Algo de lo que, desde hoy, me cuidaré muy mucho porque, pareciendo inofensivo y de criterio, es ¡destructivo!


SINSABORES Alicia Carmen





Solía odiar el arroz con leche pero algo hizo que aquella tarde empezara a verlo de manera distinta.  Les cuento que estaba yo sentada en los escalones de la entrada de mi casa y debía tener una imagen deplorable pues, las lágrimas estaban a punto de aflorar, los calcetines uno arriba y otro abajo, sin ninguna gana de arreglarlos, el cintillo de mi cabello de medio lado…¡qué patético!.
A mis pocos años, me desesperaba que algunas compañeras fueran tan ostentosas.  Cada cumpleaños era un martirio.  Llevaban sus regalos al colegio, a lucirlos: a mí me regalaron los zarcillos, a mí la pulsera y a la más pija, el collar y…¡todos! con mi piedra favorita: Rosa de Francia.  ¡Dios Santo!, yo me moría por tener aunque fuese el anillo pero, caramba, ¿cuántos cumpleaños tendrían que pasar para que me tocara lucir en mi dedo lo que tanto anhelaba?  Y mira que en las conversaciones familiares, yo siempre introducía alguna puyita al respecto: ¿saben?, a Patricia para su cumpleaños… bla, bla, bla, a Anabel, no se imaginan qué le regaló la abuela, a Rosario, su tío le dio un estuche con adivinen qué…  Vaya usted a saber por qué estas indirectas no surtían efecto alguno.
Así es que, sumida en estos tenebrosos pensamientos me encontraba, cuando oí unos tímidos pasos, levanté la cabeza con desgana y allí estaba el vecinito de enfrente, el que siempre quería llevarme los libros cuando iba al colegio.  Tenía una enorme sonrisa en la boca y portaba en sus manos una bandeja.
-Hola, amiga, qué casualidad que hoy mi madre ha preparado un dulce y yo quiero que lo pruebes, como te he visto un poquito triste, esto te vendrá bien.  Y tampoco a mí me vendrá mal, tomando en cuenta que ayer me robaron mi bicicleta y todos me han echado la culpa por descuidado.

Y vaya usted a saber qué sucedió, posiblemente el aroma de la canela obró el milagro o tal vez dos tristezas compartidas se transformaron en dulzura, lo que recuerdo es que fui al buscar platos y cucharas y entre risas y confidencias nos comimos toda la fuente de arroz con leche.


LO INTENTARÉ Maruca Zamora



         Solía odiar su sabor y hasta su color, pero algo hizo que aquella tarde empezara a verlo de manera distinta.  Les cuento que nunca las había comido; no me gustaban y hasta el hecho de verlas servidas junto a otra comida, hacía que rechazara el plato entero.  Así fue durante años, no había forma de que intentara siquiera probarlas.
         Aquel día, recibimos una invitación a almorzar en casa de unos amigos y, al sentarnos a la mesa, ¡allí estaba mi enemiga!, servida de primer plato. Cómo hacerle el desaire de no probarlas a mi amiga.  Mi marido, que me observaba, me daba con el pie por debajo de la mesa, indicándome que lo intentara, aunque fuera un poquito.  Me decidí.  ¡Ahí va! ¡Al fin las pude tragar! ¡Bingo!.  Al final no eran tan malas, había valido el esfuerzo.

         A partir de aquella tarde, intento comerlas con frecuencia y prepararlas para mi familia, en crema, ensalada, rellenas.  Ahora me río de mí misma al recordar cuanto tiempo pasé sin probarlas; y de que aún sin hacerlo, dijera que no me gustaban.  Ahora no sólo me gusta su sabor sino hasta el bonito color de …¡la remolacha!.