jueves, 20 de diciembre de 2012

¡FELIZ NAVIDAD A TODAS MIS CHICAS!



¡G R A C I A S, AMIGAS!

por ser tan especiales y generosas conmigo
y por la fortuna de contar con vuestro cariño,
 que es mutuo.

¡FELIZ NAVIDAD Y VENTUROSO 2013!


jueves, 13 de diciembre de 2012

INCERTIDUMBRE de Mercedes Álvarez






Han pasado muchos años pero aún no la ha superado.  Claro, se trata de su hermano y a ella le dolió mucho la forma en que se desarrolló todo.
-Sí, sí, desde luego, yo comprendo que en la vida nos pueden pasar cosas tan desgarradoras e inesperadas que te pueda costar mucho superarlo –le comenta una amiga
-Bueno, claro, pero también pienso que él pudo evitar muchas cosas, no metiéndose en temas que luego te pueden pasar factura, como en nuestro caso – le contestó ella.
-En fin, esperemos que el final de esta historia entre ustedes, sea feliz y se aclare todo lo sucedido –concluyó la amiga, tratando de animarla.
-Claro, todo puede suceder aunque lo veo muy difícil –respondió ella desanimada.
-¡¿Y eso por qué?! – le respondió su amiga en un tono mezcla de interrogación y exclamación.
-Porque se largó, no sé dónde marchó, se fue después de nuestra última conversación, dejándome toda la angustia de que él se desprendió, haciéndome vivir en esta incertidumbre, no sé si para el resto de mis días…



LA CONVERSACIÓN de Lilia Martín Abreu



Han pasado años y, a pesar de ellos, aún se ha incrementado más la ausencia de comunicación entre Josefa y su hijo.
-Samuel, quiero hablar contigo algo importante –dijo Josefa con contudencia
Samuel ni se inmutó, como si no fuera con él.
-Que sí maa, que voy a botar la basura –contestó con desgana.
A Josefa le invadió una repentina cólera y rápidamente objetó.
-¿Qué dices de basura? ¿Te das cuenta que ni siquiera tienes la gentileza de escucharme.
Samuel continuaba sumergido en teclear su móvil con una rapidez sorprendente, a la vez que sonreía con su conversación particular, repitiendo como si no hubiera escuchado nada.
-No te enrolles, vieja, que ya voy –expresó vagamente Samuel.
Josefa le lanzó una mirada inquisitiva, dándole un manotazo al móvil que rodó por el suelo.
-De vieja, nada, que soy tu madre y me respetas –le espetó Josefá con la expresión de su rostro transformada por la rabia.
Samuel, que no se esperaba esa reacción, quedó paralizado y confundido y quiso indagar con ironía.
-¿Qué tienes hoy ma, una sobredosis de café o de redbull?
La acerada mirada que Josefa le dedicó, parecía relatar años de rabia y rencor contenidos.
-Quiero que tú me expliques, cómo hacer para hablar contigo para mantener una conversación sensata, mirándome a los ojos, como hace la gente civilizada, porque ya hace un tiempo que no sé qué es eso, por si no te has dado cuenta.  Desde que tienes esa Blackberry hablas con el que se encuentra en China, Uruguay o en la Conchinchina, como un mismo tonto, todo el día tecleando y riendo como bobo y conmigo, ni con nadie, mantienes una conversación coherente. Si te parece, yo tendré que comprarme un chisme de esos para poder hablar contigo –parecía que Josefa no podía parar de hablar.
Samuel la observaba con incredulidad.
-¿Qué te pasa hoy, mamá? ¡Me tienes sorprendido! –exclamó atónito.
-No me pasa nada, sólo que estoy cansada de verte sin dar palo al agua, con ese teléfono en las manos todo el día, tecleando como si fueras al presidente de una multinacional, que duermes, te bañas y comes con él en la mano y yo, que estoy a tu lado, que me desvivo por ti, me siento invisible porque conmigo no hablas ni para darme los buenos días.  Claro, estás ocupado hablando con los que están en el resto del mundo.  Tú eres, como dice el dicho, luz para la calle y oscuridad para la casa.
Josefa se dio la media vuelta y se largó, dejándole toda la angustia de la que ella se desprendió, haciéndole vivir en la incertidumbre el resto del día. 



EL MUNDO DE SOFÍA* de Maruca Zamora




Tiene sesenta años y piensa en su vida pasada.  Hija de militar, recuerda su niñez como una época feliz.  Se casó, tuvo dos hijos –Caren y Miguel- y hasta ahora, su vida ha transcurrido entre su familia y su profesión, el periodismo.  También es aficionada a la escritura.  Tiene varios libros publicados y la fotografía es su hobby preferido.
Ha sido corresponsal en diferentes países y de todos ha traído fotos que ella se ha empeñado en mostrar al mundo.  Algunos bellos paisajes, personajes curiosos de épocas pasadas, algunas escenas tristes o trágicas de sucesos, o donde quedaba patente el hambre o las consecuencias de las guerras y las miserias que hay en el mundo. Ha sido por estas fotografías por las que se ha hecho famosa.
Su vida da un giro de noventa grados al recibir la noticia de la muerte de su hijo, militar de profesión.  Fue destinado a Kósovo en son de paz, como ayuda logística, pero en las guerras las balas no reconocen los cascos azules.  Su hija que ha seguido sus pasos en la profesión, fue la que le dio la fatal noticia porque en esa época estaba de corresponsal en aquel país.
Rememora viejos tiempos que ella ha vivido pero no puede con esto. Poco a poco se ha ido sumiendo en una gran depresión.  Recuerda a retazos su vida pasada pero hoy su mundo se limita a su habitación, sus libros, las fotos de sus seres queridos y papel y lápiz para escribir lo que su mente le permite rescatar, antes de que sus recuerdos se escapen para siempre.


*Libro de Jostein Gaarder



LATIDOS de Lilia Martín Abreu




Tocó el timbre y esperó a que se abriera la puerta.  Ésta empezó a abrirse lentamente.
Ramón, que esperaba cegado por la ira, le dio una patada, con rabia, para acelerar su recorrido y se abalanzó sobre Carmen, su mujer, tomándola desprevenida; sin darle oportunidad de reaccionar para defenderse.
El corazón de ella, acostumbrado a su latir acelerado, impulsado por la maquinaria del miedo, empezó a desampararla, al mismo tiempo que aquella tristeza muda que la perseguía, como una sombra.
Allí se quedó su mirada, perdida en ninguna parte, junto a su corazón que, lentamente, mermaba sus latidos.







CRUELDAD de Juani


Han pasado años y, a pesar de ello, aún se me hiela la sangre en las venas cuando lo recuerdo.  Fue tan cruel, tan injusto…
Un triste día, mi esposo llegó del trabajo con un semblante sombrío, más de lo habitual. Pensé que seguramente había tenido algún contratiempo en el trabajo.
-¡Mejor no le pregunto nada, no sea que se moleste! –me dije.
-Tengo que decirte una cosa, no puedo callar por más tiempo –me comenzó a decir con un gesto de pesadumbre. –He dejado de quererte, es más, te aborrezco, me has decepcionado, no tienes interés para mí.
-¿Qué me estás diciendo? –le pregunté impresionada – No te puedo creer, ¿qué broma cruel es esta?  Dime, por caridad, que me estás mintiendo.
-Lo siento –me confirmó él sin compasión –pero has perdido todo atractivo para mí, no vales nada.
-Por favor, te lo suplico, ¿en qué te he fallado?.  Siempre he hecho lo que tú has querido –le repetía olvidándome de mi dignidad. – Soy prudente en mis actos y con mis palabras, mi atuendo es sobrio y discreto, mi peinado es sencillo y natural, apenas me maquillo.  Lo hago siempre para agradarte,  para que no te sientas avergonzado de mí…
-Todo eso que tú nombras como virtudes, me repele, tu cursilería, tu falta de valor y de personalidad, tu pobreza de espíritu.  Es más…, he conocido a otra mujer que colma todas mis aspiraciones.
Y se largó, dejándome toda la inquina de que él se desprendió, haciéndome vivir en las huellas de su crueldad el resto de mis días.



¡ME ACUERDO! de Zuleima Reyes




Han pasado años y aún se sabe las tablas. Cuando se dio cuenta de ese prodigioso hecho, las lágrimas cayeron de sus ojos como ríos, pues la emoción que sentía ante la idea de que, casi un siglo después, aún se acordara de esas matemáticas tan exhaustivas, era abismal.
Asombrada, comenzó a recitar uno a uno los cálculos que, con fluidez, salieron de su labios.  Todos y cada uno de los presentes estallaron en llanto al oír como aquella señora que tanto conocían, se acordara de algo tan trivial como unas simples tablas de multiplicar.  Sin embargo, era un notable progreso, sin duda.  Aunque…, al llegar al último cálculo de 9 x 9, algo falló.  Los ojos de la anciana, alegres hasta aquel momento, se llenaron de una expresión de dolor, al mismo tiempo que gritaba: ¡Me acuerdo, me acuerdo!.
Las lágrimas de alegría se tornaron desconsoladas y, alrededor de la señora, su familia, que había tratado de ayudarla a recuperar su memoria, quedó petrificada, incrédula ante lo ocurrido.  Estaba mejorando y de pronto, se marchó, se había ido, sin decirles que era aquello que había recordado, haciéndoles vivir en la incertidumbre el resto de sus días.



LOS SECRETOS de Esther Morales Fernández




Han pasado los años y, a pesar de ello, ella aún se acuerda de aquel momento en el que él vino a despedirse, con una claridad total, como si solo hicieran horas de aquello.
-Vengo a despedirme –le dijo Diego.
-No sabía que te ibas –contestó ella.
-Sí, me voy con mis padres y mi familia –le confirmó.
-¿Te vas por mucho tiempo? –le preguntó, muy triste,  Carolina.
-Sí, me voy para siempre –le dijo él.
Carolina apenas podía contener las lágrimas.  Para ella era una desagradable sorpresa.
-No sabía que tus padres se marchaban –insistió ella buscando una explicación.
-Sí, se van al pueblo porque compraron una finca y la van a cultivar.
Diego le ocultó que ya se había enrolado en las filas del ejército, para ir a la guerra y Carolina pensó que mejor no le decía que estaba esperando un hijo de él.
-Espero que me escribas –le suplicó ella
-Te escribiré y recordaré todos los días de mi vida
Y se marchó.  Ambos se habían quedado en compañía de sus secretos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

BARQUITOS DE PAPEL de Lilia Martín Abreu





Ella permanecía ausente, mirando un barquito de papel que tenía entre las manos, cuando el pasado entró tímidamente, poblando sus recuerdos y, una pequeña chispa de luz asomó en su  mirada, antes vacía y sin brillo.
-¡Hola, hija!, no te oí llegar –me dijo, al tiempo que sus labrios dibujaban una sonrisa enigmática, dándome un beso de bienvenida, con la misma ternura de siempre.
La contemplé paralizada y, la esperanza abrigó mi confundido corazón, tan sólo por una fracción de segundos, porque ella de nuevo volvía a zozobrar ante su barquito de papel, adentrándose en aquella densa niebla que la convertía en náufraga de recuerdos.
Era evidente que la enfermedad permanecía sólida como una roca, obligándola a cargar un pesado fardo de olvido que estaba, paradójicamente, repleto de recuerdos.
Yo la seguía observando cuando me rozó la certeza de que somos como barquitos de papel ante el destino.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

MI COMENTARIO


Estos criterios personales son los que llevé al Jurado del Concurso de Narrativa HERTE 2012.  A ellos uní, los propios criterios establecidos por el Concurso y la consideración, a raja tabla, de las bases del certamen. 



  • El cuento parte  de límites de espacio, exige cierta concreción.  Quien relata debe escoger  una anécdota  que sea capaz de captar el interés del lector, conseguir el tono idóneo, el lenguaje más eficaz, la voz narrativa perfecta.
  • En un buen cuento, existe cierta tensión, que debe manifestarse desde las primeras palabras, si además se logra engañar al lector, tanto mejor. Divagaciones, reflexiones, tan necesarias en la novela, en el relato breve, distraen y  quitan cohesión
Como lector exijo:
  • Que el autor me vaya acercando lentamente a lo que cuenta;  ocultándome  lo que va a ocurrir en el cuento, sin sustraerme de la atmósfera que ha creado, para mi deleite.
  •  Que el autor  despierte mi curiosidad para que mi mirada recorra toda la secuencia narrativa, como un sabueso.
  • Que la historia que se me cuenta esté por encima del autor, para lo cual éste debe ser generoso y olvidarse de su propio lucimiento en beneficio del propio relato.  Menos es más.  En un relato breve,  muchos caminos abiertos, aunque éstos estén llenos de belleza, a veces empobrecen.
Dicho esto, debo añadir que

El fallo del jurado se produjo desconociendo absolutamente el nombre de los autores y fue solo después de conocer los relatos ganadores, cuando se abrieron las plicas correspondientes.

Es por todo ello que no permito que se ponga en tela de juicio mi absoluta imparcialidad ni la de mis compañeras del Jurado y mucho menos, si esto se hace amparado tras la cobardía de un anónimo.

Las críticas -constructivas o no- se aceptan sin subterfugios,  o se rebaten con argumentos en medio de una dialéctica enriquecedora, pero no merece tal regalo quien ofende gratuitamente.

Gracias a nuestra maravillosa presentadora y a nuestro brillante Jurado que trató con sumo respeto cada uno de los trabajos leídos.  
Siento profundamente que se hayan visto envueltos en esta experiencia tan desagradable.

Nos quedaremos con lo positivo y hermoso de la experiencia y desecharemos lo que no aporta nada.

Mi agradecimiento a todos.


Isabel Expósito Morales

martes, 20 de noviembre de 2012

TERCER PREMIO NARRATIVA HERTE 2012


SANGRE, SUDOR Y CEBOLLA  de  Concepción Gonçalves Cobo
Y allí estaba, sentada en el último vagón, mirando por la ventana la rapidez con que pasaban los árboles y las casas, al igual que habían pasado los años. Casas, que a lo lejos, como minúsculas motas de polvo, se esparcían por el aire.  Así me sentía, los años anteriores no habían sido fáciles, quería ser aire.  La inspiración se había marchado, estaría con él.  Me sentía así por alguien que creía conocer y todo fue mentira.  Manuel, así se llamaba, me dio los mejores momentos de mi vida.  Aquellos ochenta, años de movida madrileña, aunque en mi ciudad todo llegaba más tarde, pero aún así me cardaba el pelo y usaba ese maquillaje que, como cantaba Mecano, era para no poderse levantar.  Y ahora que lo necesitaba, no estaba, se agobió.  Me levanté un día y ya no estaba, recorrí los sitios por donde solíamos pasear, el parque que tanto nos gustaba, su césped verde, siempre florecido y bien cortado por el jardinero Juan con quien después de tantos años entablamos amistad y nos contaba cómo cultivar nuestro jardín, era ese amigo que, sin quererlo, nos recetaba la fórmula para cultivar un amor frondoso.  Y así, recorrí la ciudad buscándote, llamé amigos en común.  Pero ni rastro.  Fue entonces cuando por la calle Bartolomé, donde está esa librería tan pequeña con escaleras de caracol que subes peldaño tras peldaño, unos cincuenta y tres llegamos a contar, para llegar a un desván que es la sala de lecturas.  Te vi en el escaparate, no podía creerlo, esa novela, que tú viste nacer, las primeras ideas, mis noches en blanco delante del ordenador y tú amorosamente venías con un té, un beso y volvía mi inspiración.  Mis personajes que luchaban por sobrevivir en este mundo lleno de odio y competitividad y destacar sobre los demás.  Lo habías hecho, te vi en la portada de mi libro, con tu nombre.  Tu inspiración se había esfumado, tus historias de sangre y asesinatos ya no vendían, pero robar mi vida.  Sí, mi vida, era la historia que soñé escribir y cuando al fin, folio a folio, le pongo fin, mi editora se dedica a buscar nuevos talentos y cancela su cita conmigo.  Decidimos darnos tiempo para estar juntos, sin libros, sin ordenador, sin teclas que teclear… Iniciamos el viaje en este mismo tren que ahora me lleva a ningún sitio.  Han pasado los años y aún me duele recordar que en este vagón surgió el título, sangre por tus libros, sudor por las noches que pasamos juntos y sólo sudábamos, cebolla es la última palabra que decidí, seguramente presagiaba este final, por cada piel que poco a poco lograste que me quitara por ti.  Nunca te lo dije, pero temía desnudar mi alma, todo te lo di y estoy sola, quiero encontrarte, saber de ti, aún te quiero y no te lo dije lo suficiente.  Padezco como mis personajes, amores, encuentros, desencuentros, viajes, pasiones, engaños, reconciliaciones.  Deseo encontrarte para reconciliarme pero, no contigo, conmigo, para demostrarme que puedo formar mi cebolla y entregar mi piel a quien lo merezca.

RELATO GANADOR SEGUNDO PREMIO NARRATIVA HERTE 2012


EL REO de  Angélica Camerino Parra
                                                               
Algunas tardes, quizás para matar el tedio o, tal vez, para no sentir tanto su ausencia, cerraba los ojos con mi taza de café en la mano y podía revivir en mi memoria toda la escena:  la luz entrando por la ventana como un manto sedoso, nosotros sentados en la mesa raída y coja jugando al  póker, entre cigarrillos y conversaciones sobre las frugalidades de la cotidianidad…  Él me preguntaba sobre el mundo exterior y yo le respondía, sin mucho entusiasmo, para que mis palabras no aumentaran el peso de los días de presidio.  Nunca me he preguntado cómo percibe la vida  un recluso, sin embargo, se me antoja que muy triste y monótona.
Cuando lo vi por primera vez, se ganó mi simpatía inmediata.  Algún compañero me advirtió que era un reo muy peligroso, con posible condena a muerte o, al menos, a varias cadenas perpetuas.  No hice mucho caso a sus palabras.  Primero, me limité a observarlo: algunas veces estaba solo, leyendo algo de prensa o alguna novela, no muy gorda; otras, lo descubría con la vista perdida en algún punto fijo de su celda, o del patio, fumando un cigarrillo tras otro. Así fue hasta una tarde de verano en la que lo vi sentado en una mesa, barajando unas cartas, mientras en sus labios, un cigarrillo encendido amenazaba con caerse.  Me acerqué y me ofrecí jugar a las cartas con él. Aceptó.  A partir de ese momento, aquello se convirtió en una rutina para nosotros.
Un día de primavera, escapó.  Me enteré al llegar a mi turno del mediodía.   Finalmente, había sido condenado a un par de cadenas perpetuas.  Enseguida concluí que, sin duda, aquello lo había apabullado hasta tal punto de motivar su huída.  A ello ayudó que esta no es una prisión de excesiva seguridad, debo admitirlo.  No supe más de él y, de verdad, por un tiempo me hizo mucha falta su compañía por las tardes.  Él me ayudaba a llevar, con menos sopor, mis tardes al cuidado de delincuentes sosos.  Nunca lo encontraron.  Jamás dieron con su paradero.
Ahora me encuentro aquí; jubilado, ocioso, escribiendo unas memorias algo insulsas sobre mi experiencia como guardia penitenciario, para matar un poco la modorra de tanto tiempo libre.  Suena el timbre de la puerta de mi casa.  Mi hija dijo que vendría a visitarme: debe ser ella.  Abro la puerta.  ¡Sorpresa!.  Su nuevo marido, su tercer matrimonio.  El reo.

martes, 13 de noviembre de 2012

RELATO GANADOR CONCURSO DE NARRATIVA HERTE 2012


TRABAJO SUCIO  de  Maikel Lima Zamora

El teléfono me despertó a las seis de la mañana.  Era el jefe.  Días atrás me había llamado a    su oficina para encargarme, personalmente, una tarea bastante comprometida.  Cada vez que surge algún trabajo complicado, me lo asignan a mí, simplemente porque saben que soy el mejor, modestamente.
Hace quince años que hago el trabajo sucio para el gobierno; lo he hecho bajo distintas administraciones.  Cuando algún político quiere deshacerse de algo sin ensuciarse las manos, entro en acción.  Casi he perdido la cuenta de las limpiezas que llevé a cabo para gente importante; siempre, con total precisión y discreción.  De todos modos, el trabajo de hoy se sale un poco de la rutina.  Viene bien, para variar.  Parece que un senador convocó a ciertos empresarios a su despacho, para tratar un asunto bastante delicado.  El jefe me encomendó la limpieza, sin muchas explicaciones.  Mejor así, prefiero no saber de qué se trata para no decir nada si alguien me presiona.  Es una tarea bastante ardua, ya que el edificio se encuentra repleto de diplomáticos extranjeros.  Tal vez, alguno de ellos ha sido citado por el senador.  Debo pasar desapercibido: es importante que nadie note mi presencia.  Sobre el final de la reunión, los encargados de seguridad ignorarán la vigilancia del despacho durante veinte minutos.  Cuento con ese tiempo para deslizarme dentro de la habitación, hacer mi trabajo y salir sin dejar rastro.  Tras retirarme, no quedará ningún vestigio de mi presencia, de la reunión, ni de quienes participaron en ella.  Un trabajo rápido, efectivo y limpio.  El edificio estará de bote en bote, por eso tengo que hacerlo solo; un grupo llamaría demasiado la atención.  Además, prefiero trabajar sin compañía, controlo mejor la situación.  Faltan cuatro minutos para la hora fijada.  Los pasillos hierven de diplomáticos de los más diversos puntos del planeta pero, por suerte, nadie parece reparar en mi persona.  Tal cual lo planeado, los agentes de seguridad no custodian el lugar.  Es hora de entrar y hacer mi trabajo.  Debo ser precavido desde el primer momento y no pasar por alto ningún detalle, por más insignificante que parezca.  Limpiar meticulosamente las huellas digitales del pomo de la puerta, del teléfono y del cristal del escritorio.  Sé que a muchos les desagrada mi trabajo, pero alguien tiene que hacerlo.  Cuando era novato, sentía un poco de asco pero, he visto cosas tan sorprendentes que ya soy prácticamente inmune.  Por eso soy uno de los mejores, por eso los de arriba confían en mí.
 Acabo de terminar el asuntito del senador.  Nadie sospechó nada.  Tres horas después, el presidente recibía al embajador de Alemania en la misma sala, como si tal cosa.  Otra vez salvé la imagen de nuestra nación.  Como era de prever, la operación resultó un éxito.  Sin embargo, por momentos pensé que no lo lograría, ya que tuve algunas dificultades con mis herramientas de trabajo.  Eso consta en mi informe.  Además se lo dije claramente al jefe.  O los muchachos del departamento técnico me arreglan el cable de la aspiradora o la limpieza la hace otro.  También le pedí otro frasco de Don Limpio, que no me queda.

lunes, 29 de octubre de 2012

CONCURSO DE NARRATIVA HERTE 2012 - ACTO DE ENTREGA DE PREMIOS


ACTO ENTREGA DE PREMIOS
CONCURSO DE NARRATIVA
HERTE 2012


10 de Noviembre  2012
Salón de Actos
Centro Multifuncional El Tranvía
La Cuesta - La Laguna

19:00 horas




martes, 16 de octubre de 2012

HISTORIAS EN LA GUAGUA de Maruca Zamora





Un día recibí la visita de unos amigos de mi madre.  Eran  unas personas mayores a quienes mi madre había invitado a pasar unos días en la capital.  Ellos no la conocían y todo les llamaba la atención.  Esto ocurrió cincuenta años atrás y nunca habían salido de su pueblo sino para ir al más cercano a hacer alguna diligencia.  No conocían ni la guagua porque en el pueblo había un solo coche y el único medio de transporte del que disponían, aparte de burro o caballo, era un viejo camión que los llevaba si necesitaban salir.  Lo que ocurrió nos parecerá increíble hoy en día pero, fue del todo cierto.
Quise sacarlos a dar un paseo para que conocieran la ciudad por lo que nos dispusimos a coger la guagua y ahí empezó el problema.  Al entrar, ellos no sabían qué hacer con el torno giratorio que tenían las guaguas en aquellos tiempos para contar los pasajeros.  Yo pasé delante sin ponerme a pensar que ellos no sabrían cómo hacerlo y, despistados, ni siquiera se fijaron como había hecho yo.  Me di cuenta de que la gente de la guagua empezaba a reírse.  Al darme la vuelta, vi la causa.  Los pobres no sabían como entrar.  A la mujer no se le ocurre otra cosa que levantar la pierna para tratar de pasar por encima y, con la falda estrecha que tenía, se quedó a medias, casi en el aire hasta que finalmente el torno giró y el cuerpo se fue hacia adelante.  Al querer ayudarla, se me cayó encima y el hermano, al ver que ella se había quedado enganchada, tuvo la brillante idea de ponerse en cuclillas para pasar por debajo.  Entre las risas de la gente y mis nervios, los tres quedamos en el suelo hechos un revoltillo.  El chófer paró la guagua y unos pasajeros nos ayudaron a levantar. 
Han pasado muchos años de esta anécdota pero no he podido ni podré olvidarme jamás de los apuros que pasé ni de aquellas caritas de vergüenza que tenían los dos hermanos al ver las risas de los demás.


jueves, 4 de octubre de 2012

NO TENGAS MIEDO de Alicia Carmen




Ahora si es verdad que he metido la pata.  No sé por qué tengo que ser tan distraída y me da rabia ser la hermana mayor.  Claro, por eso mi madre, siempre tan ocupada, me ha mandado a mi a la panadería.  Pero, señor, si nos acabamos de mudar, es casi de noche y ahora no recuerdo el número de la nueva cada.  Qué fastidio, no sé si tengo que agarrar para la izquierda o la derecha, Ave María, qué susto, creo que me he perdido.  Por lo menos, la panadería la encontré y aquí tengo mi pancito divino y calentito pero la casa, sabrá Dios.  Le preguntaré a esta señora que pasa con una niña y seguro me indicará; tiene cara de buena gente.  Yo sólo recuerdo que la casa está pintada de rosa y el número no estoy segura pero creo que empieza por 7. Córchole, vale y por qué esta doña me mirará así, será porque me ve muy asustada y para completar me dice que en esa calle no hay ningún número 7.
Dios mío, dame una luz.  Si estuviera aquí mi maestra, me ayudaría.  Creo que le caigo bien.  El otro día, cando me mandó a la dirección con unas notas, seguro me puse colorada y ella me dijo: No tengas miedo, el director no se come a nadie, deja a un lado la timidez, tú puedes hacer más cosas de las que crees.  De solo pensar eso, estoy más calmada.  Respiro profundo, miro hacia arriba y veo a mi madre en su balcón haciéndome señas.  Aunque está un poco lejos, estoy tan feliz que o la oigo o adivino que me está gritando.
-¿Qué? ¿Te has perdido, verdad?
-No, que va, sólo conversaba con esta niña que es mi compañera de clase.



LO QUE NO CONOZCO de Angélica Camerino






Anoche, mi madre, luego de acostarme, fue a apagar la luz de mi cuarto y yo no quise.  No quería dormir con toda la habitación en negro.  Me miró, preguntándome: ¿aún te da miedo la oscuridad?.  No entendí la pregunta.  Es que no sé qué es el miedo.  No le respondí pero, después me atreví y le dije: ¿qué es el miedo, mamá?.  Ella sonrió. ¡Ay, qué rabia me da cuando se ríen de algo que pregunto!.  Me contestó algo así como que el miedo es una sensación extraña que nos da cuando estamos ante lo desconocido…  Yo quedé igual, sin saber qué era.  Al final, me dejó dormir con la luz encendida.
Esta mañana, he despertado muy contenta y peiné a todas mis muñecas, sentada en el suelo de mi habitación.  De pronto, ahí estaba, una cosa extraña en mi barriga hizo que volviera la mirada hacia el armario que estaba todo oscuro.  Sentí como que alguien me estaba observando y salí corriendo hacia la cocina donde estaba mi madre haciendo el desayuno.  Me senté a la mesa.  Sonó el timbre.  Mi madre fue a ver quién llamaba y, luego de asomarse por el agujero de la puerta, abrió los ojos grande, grande, como si fueran a salirse.  Se cogió la barriga con una de sus manos.  Se asomó por la ventana de la sala que da hacia la calle, mientras que seguía con los ojos gigantes, abiertísimos.  ¡Cuidado que se te salen, mamá! –pensaba yo, que no me atrevía a decirle nada de tan atenta que la veía.  Se abrazó a ella misma y regresó muy rara a la cocina.  Por las cosas que hace, me parece que se debe sentir como yo cuando veo mi armario todo negro; o como cuando me dice, en las noches, que va a apagar la luz de mi habitación para que duerma.  ¿Será que ella si pudo ver a eso que siempre me mira desde la oscuridad, lo que conozco?


NO TENGAS MIEDO! de Águeda Hernández





¡Voy a cumplir siete añitos! Estoy deseando que llegue ese día.  Vendrán mis amiguitos a la fiesta.  No tengo hermanitos, por eso hay momentos en que me siento solo y tengo miedo.  Sobre todo por las noches cuando papá y mamá me dan las buenas noches y apagan la luz para dormir.  Tengo miedo y veo fantasmas.  Cuando se lo dije a mamá lo que me ocurría me dijo:
-¡Pablo, no digas eso! Tú nunca estás solo.  A parte de tener a papá y mamá, no olvides que tienes tu ángel de la guarda que siempre está junto a ti para cuidarte.
-¡Claro, mamá!, aunque no lo veo, lo siento a mi lado.
El otro día, hablando con papá, le dije que no quería tener más miedos y me aconsejo que le diera mis miedos a mi ángel de la guarda para que los tirara en el cubo de la basura.  Seguí los consejos de papá y… ya no veo salir los fantasmas del armario y… ¿saben una cosa?, hoy, al llegar del colegio mis papás me tenían una sopresa, me prometieron que no pasaría mucho tiempo para tener un hermanito.  ¡Qué alegría!.  Cuando lo conozca, esto es lo primero que le diré:
-¡No tengas miedo!



UN DÍA EN EL PARQUE de Mercedes Álvarez





Me gustan los fines de semana porque no tengo que levantarme temprano para ir al colegio y mi papá y mi mamá me llevan al parque.  Al llegar, me encuentro con algunos de mis amiguitos, nos saludamos y todo es muy divertido hasta que… intento subirme al tobogán.  Es que siento mucho miedo, aún viendo que mis amigos suben y bajan sin pasarles nada, yo lloro y busco enseguida a papá y mamá para que estén a mi lado.  Papá me da la mano y, sin soltarme, me ayuda a subir y bajar del tobogán para que no sienta miedo ninguno.  Y, ¡magia! con él a mi lado, el miedo se va…

NO TENGAS MIEDO de Naty Cabrera







-Tengo que matarla por haberse metido dentro de la casa –escuché decir a mi padre.
Mi barriguita empezó a saltar y mi corazón hacía ¡bum bum bum!  Soy un niño de ocho años y muy valiente pero, claro, ¿si lo que entró en mi casa es un monstruo?.  Sin querer, mi garganta empezó a gritar:
-¡Socorro, socorro!  ¡En casa hay un fantasma!
Mi hermana llegó corriendo y me abrazó
-No pasa nada, tranquilo, no tengas miedo –me dijo.
-¿Cómo me dices eso, si dice papá que alguien entró en casa y lo va a matar?
-Sí cariño, pero se trata de una ratita…
-¿Tanto escándalo por una bicho tan pequeño? ¡Qué raros son los mayores, tanto miedo por … nada! – pensé yo.


ME LLAMO JANET de Maruca Zamora



Me llamo Janet, tengo siete años y soy la mayor.  Tengo dos hermanos, Juanito y Luisita y cuando mamá se va a trabajar al campo, yo los cuido.  Por la tarde, voy al cole.  Ya sé leer y escribir aunque… eso del cole ¡es un aburrimiento!, me gusta más ir a jugar a los caminos y la cueva, con mis amiguitas Ana y Andrea.  Jugamos a las casitas, hacemos comiditas…, yo soy la mamá, me gusta mandar, les digo, tráeme los cacharritos y platitos que están dentro de la cueva y no quieren ir…, les da miedo.  Yo les digo –como soy la madre –voy yo, para que vean que no hay miedos.  Mis hermanos vienen conmigo a veces pero yo no quiero porque ellos no saben jugar y me fastidian.
También me gusta mucho la Navidad.  Mi tía me lleva a la iglesia en Nochebuena para ver el Belén que ponen en el altar.  Me gusta porque se mueve: la Virgen, el Niño, la vaquita y el buey.  El Belén esta vivo pero no lo que no me gusta es rezar, es muy aburrido.  ¡Ah! lo que sí me encanta es cuando vienen los Reyes Magos.  Le pongo la alpargata amarrada al postigo de la ventana.  Yo sé que ahí dejan el regalo porque me lo dice mi mamá y ella sabe mucho.  Yo los vigilo pero ¡nunca los veo! pero, siempre, siempre, me traen mi regalo.  Este año me dejaron una cocinita y un paquete de galletas y para el año que viene le voy a pedir una muñeca porque la mía tiene la carita sucia.  La lavé y como era de cartón, se me rompió.  A ver si los Reyes reciben mi carta y para el otro año nos traen a mi y a mis hermanos un regalito porque nos portamos muy muy bien.


NO TENGAS MIEDO de Maruca Morales





Una noche, sentí ganas de orinar.  Tenía que salir fuera de la habitación para ir al baño pero, me daba miedo.  Yo me tapaba con las sábanas a ver si se me quitaban las ganas pero, nada.
-Mamá, tengo ganas de orinar –decía yo en voz baja pero, mi madre no contestaba porque no me oía.  Creo que al estar tan tapada, mi voz no salía.
Entonces, le grite a mi hermana que dormía en una cama junto a la mía y fue tan grande el susto que le di con mis gritos que se enfadó conmigo y no me quiso acompañar.  Yo me puse a llorar, claro.  Y con todo aquel jaleo, mi madre se levantó y entró en nuestro cuarto.
-¿Qué pasa, qué es todo este ruido? –nos preguntó.
-Que me estoy orinando y mi hermana no me quiere acompañar al baño…a mi me da mucho miedo ir sola
-Mi amor, no tengas miedo – me dijo  mi  madre, consolándome dulcemente – yo voy contigo y verás que no pasa nada.  El miedo se lo hace uno mismo…
-Es que mi hermana dice que hay monstruos que nos cogen por los pies,  nos llevan a un cuarto oscuro y no nos dejan salir nunca más ¿y si no te vuelvo a ver, mamá?  ¡me muero de tristeza!, por eso no quiero ir.
-Claro que sí, mi amor, aquí en casa no te pasará nada y afuera en la calle hay que tener cuidado pero nunca tener miedo.  Anda, vamos, que te acompaño al baño…
-Te quiero mucho, mamá.


¿A QUÉ HUELE EL MIEDO? de Lilia Martín Abreu




-Goyo, ¿tú sabes a qué huele el miedo?
-Claro, Luzmarina, por supuesto
-¿De verdad tú lo sabes? No te creo, dímelo por favor, ¿a qué huele?
-Claro que lo sé, porque ya soy grande. Luzmarina, el miedo huele a hospital, para que veas que sí lo sé
-¡Sííí…¿y cómo sabes eso, listillo?
-Mira, Luzmarina, cuanto tú eras un bebé y yo era más pequeño que ahora, claro, un día, tú estabas enferma con fiebre y yo te di la medicina para que te curaras.  Cuando se lo dije a mamá, ¡se puso chiflada!, con las manos en la cabeza decía: ¿qué hago, qué hago? y nos fuimos como un cohete al hospital.  Yo tenía mucho miedo porque mamá estaba llorando.  En ese lugar había un olor muy raro; yo creo que era el olor del miedo porque allí todo el mundo tenía cara de susto.  Y tú, ¿te acuerdas cuando me dio el dolor y me operaron del apéndice!  Yo tenía mucho miedo…
-Ya lo sé, Goyito
-Pues ese día, olía igual
-Goyito, ¿a que huelen los hospitales?
-Luzmarina, ya te lo dije, ¡los hospitales huelen a miedo!
-Por favor, Goyito, ¿puedes venir conmigo un momento al cuarto de mamá?
-¿Se puede saber para qué? ¡Pesada, que eres una pesada!
-Por favor, no te enfades que tengo mucho miedo.  Solo dime si el cuarto de mamá huele a hospital.
-Luzmi, ¿tú eres tonta? ¡deja de molestar! ¿cómo va a oler el cuarto de mamá a hospital?
-Goyito, ¿te cuento un secreto?. Pero, no digas nada, por favor. Sabes que yo estaba en el cuarto de mamá y pasó como una magia.  Se cayó una cosa de su peinadora y se rompió. ¡Yo no fui, te lo prometo! ¡Se cayó sola!.. fue la magia… y seguro que ahora, mamá me regaña y… por eso tengo miedo.  Y como el cuarto huele muchísimo, yo pensé que era el miedo, que olía así…
-No, hermanita, no tengas miedo, que aquí no huele a hospital, aquí huele a…¡palacio de reina!.  Solo es el perfume de mamá que se rompió.  Es… era… ese perfume que  cuando ella se lo ponía decía ¡huelo como una reina!



miércoles, 26 de septiembre de 2012

ENTRE OLORES Y CAMINATAS de Mercedes Álvarez




Me gusta ir a caminar por el monte, siempre que tengo tiempo, para respirar su olor a pino, el frescor del ambiente, el aroma a  hojas secas…  Camino y camino, hasta que llega el momento en que me apetece sentarme y cerrar los ojos para disfrutar a plenitud de todas esas fragancias maravillosas.  Entonces, me quedo pensando en mi niñez porque yo, en la época de Navidad, solía irme a un pueblecito donde vivían mis abuelos.  Recuerdo que, al levantarme por las mañanas temprano, respiraba aquellos mismos olores.  Salía fuera de la casa y cogía el barro que se había formado por la lluvia para hacer figuritas con él.  Luego, despegaba el musgo de los muros y me entretenía en formar mi particular Belén.  De aquella misma época, recuerdo a mi abuela cocinando con leña, lo que hacía que sus caldos fueran exquisitos, además del delicioso olor que desprendían.
Mis caminatas por el campo, entre olores y recuerdos, suelen ser siempre de lo más agradables y reconfortantes.


AQUELLA FRAGANCIA de Maruca Zamora




Lo reconocería donde lo oliera.  Una fragancia fresca, un toque ácido, varonil, olor a limpio.  Era aquella una fragancia que, al pasar cerca de algunos hombres, me embelesaba con su aroma en mi temprana juventud.  No soy muy dada a los perfumes, siento rechazo a los olores fuertes de cualquier cosa; me producen alergia.  Me repugnan hasta el extremo de causarme náuseas, pero aquella fragancia sin duda era otra cosa.
Al cabo de cierto tiempo, trabajé en una perfumería.  A lo largo del día, se mezclaban tantos aromas que terminaba por no captar ninguna.  Un día, un cliente me pidió una marca de colonia.  No era el último grito en perfumes, más bien se trataba de una colonia antigua que, según el dueño de la perfumería, le pedía poca gente. El señor iba camino a su trabajo y abrió el frasco para ponerse un poco de colonia, él decía que sin ella sentía que le faltaba algo.  Recuerdo que yo le comenté mi caso; todo el día entre tantos olores con mi problema de intolerancia a los aromas.  Fue en ese instante cuando  llegó a mí, aquella antigua fragancia que tanto me gustaba.  Al fin pude ponerle nombre:  Lavanda Sarle.



AQUEL AROMA de Maruca Morales





Me pasé el verano caminando por el campo, a veces sola y a veces acompañada.  En uno de los paseos solitarios, quise satisfacer mi curiosidad y descubrir de donde venía un olor que ya había sentido al pasar por allí.  Observando vi que aquel aroma venía de un huerto cercano sembrado de manzaneros.  Las manzanas estaban maduras, algunas ya caídas.  Descubierto el origen de aquel olor, sigo paseando por allí todos los días, oliendo y disfrutando de la visión de esas manzanas tan bonitas.



HABLEMOS DE OLORES de Alicia Carmen




Se agolpan en mi cabeza cantidad de aromas.  Llega a mi memoria el exquisito aroma de un postre de vainilla y chocolate recién horneado que me recibía al abrir la puerta y la cara de satisfacción de mi madre al notar mi sorpresa.  Otros más amargos, como los del olor a cuero de un cinturón que fue descargado como castigo por alguna travesura infantil.  Más adelante, el delicioso olor a talco suave y delicado cuando bañaba a mis bebés.
Imposible no recordar el ineludible olor a café de las mañanas, antes de comenzar un azaroso día.
Claro que hay momentos especiales, irrepetibles.  Es que, si dejo volar mi imaginación viene a mi memoria esa loción, esa fragancia masculina imposible de olvidar.  Cuando la persona que la usaba pasaba cerquita de mí, hacía que se me erizara la piel.
Respecto a olores, he de decir que alguna vez me he sentido decepcionada, como en el caso de mi flor favorita: la orquídea.  Me hace falta un olor perdurable que la defina.  Es una flor tan majestuosa que me imagino su aroma elegante, distinguido; y a la vez potente y demoledor.  Y yo me pregunto: ¿a qué puede oler tanta perfección?  Definitivamente, nunca lo sabré.


ESE OLOR de Naty Cabrera



Ese maldito olor que se filtraba por todas partes, ¿quién era él para perturbarme así?  Mi olfato no podía más, la cabeza me estallaba, el estómago refunfuñaba.  Todo me daba vueltas.  No sé como llegué al baño.  Cuando abrí los ojos vi el techo de mi dormitorio.  Me quedé estática y lo único que, finalmente, me hizo reaccionar fue aquel agradable aroma a café recién hecho que venía de la cocina.  Eran las siete; hora de levantarse.

OLOR A AYER de Lilia Martín Abreu



Soplaba una brisa fría que calaba los huesos, mientras yo caminaba por las calles con paso firme.  Al pasar frente a un establecimiento comercial, me asaltó un súbito olor que me hizo parar en seco y retroceder dos pasos.  Esos dos pasos fueron cuatro décadas atrás en mi memoria.  De aquel comercio salía un olor que me sacudía los recuerdos; olía a mi niñez, fluía una estela a tiempo pasado.  El establecimiento era una venta de víveres.  La contemplé con nostalgia por lo que me transmitía.  El suelo era un tablado de madera.
- ¡Cuánto tiempo sin verlos! –pensé
Seguí explorando con la mirada, el mostrador también era de madera, pintada de marrón, sobre el cual descansaba un garrafón de vino, un recipiente redondo, con unas sardinas secas de barril, unos grandes frascos de boca ancha repletos de pastillas de colores y una cesta con rosquetes laguneros tapada con una red.  Cerré los ojos y mi mente voló, tomada de la mano de aquel maravilloso olor a recuerdos del ayer pero, solo fueron unos segundos, ya que el tenaz frío se encargó de traerme de regreso.
Yo hoy no estoy realmente segura de si lo que vi fue real o producto de mi imaginación, influenciada por ese olor pero, lo que si tengo claro es el olor que percibí y lo que transmitió.  Eso si que es algo incuestionable y que no puedo olvidar.