jueves, 24 de septiembre de 2015

LA PUERTA Esther Morales



         –¡Qué fea y ruinosa estoy!  Voy a la peluquería a ver si un corte cambio la imagen.  No…, no… cortar no, color, que me pongan un color bonito…
         Y Rosa, dispuesta, entra por la peluquería.
         –No sé qué me dices, ¿tú qué opinas? –le pregunta a la peluquera.
         –Es que no sé, quiero un cambio, color nuevo, corte, mechas, ¿tú qué opinas?

         La peluquera, con toda su buena intención, le propone un cambio radical: cortar la melena, un color más luminoso, un cambio de raya.
         –Bueno, es que no sé si eso me quedará bien, ¿cuánto me saldría hacerlo?
         –Eso te sale baratito, más o menos ochenta euros
         –Bueno, es que no sé, no estoy segura, después de todo no me veo tan mal como estoy, ¿tú qué crees?



EL BARRIO Ana Rosa Benítez







No quería que la vieja la palmara.  No pensé que del susto…, ya me entiende…Yo sólo quería el dinero que a ella le sobraba.  Tenía montones de billetes escondidos debajo del colchón y…¡la muy zorra se pasó los últimos años viviendo de pedir a los vecinos!

Yo lo hice por los churumbeles, para darles de comer caliente.  Yo le juro que he intentado buscar trabajo; he echado papeles en todos lados.  Yo quería progresar en la vida pero…, este barrio tiene la culpa porque hay mala gente, pocos estudios, poco dinero…Y ya sabe en lo se termina…A seguir pa´lante como sea.  Señor Juez, mi único delito es que me da miedo ser pobre…



GOLPE MORTAL Alicia Carmen


Tenía yo muy pocos años, quizá 16 o 17, cuando me invitaron a una fiesta.  Como conocía a los chicos que, se suponía, asistirían, le dije a mi madre que estaba ilusionada con asistir. Sólo si vas con tu amiga Rosana te dejaré ir, ella es buena compañera, además a las nueve me dijiste, bastante tarde, hija.
Así las cosas, elegí un vestido que me encantó.  Tenía estampadas flores en diferentes tonos de azul que parecían mariposas volando sobre un fondo de seda blanco y un fabuloso lazo como cinturón. Y, claro, los zapatos blancos de tacón para conjuntar.
Me aseguré de que mis medias con costura atrás tuvieran la línea bien centrada y que mi liguero las mantuviera en su sitio. De lo único que no estaba segura es de si me había pasado al casi bañarme con el perfume Miss Dior.
Sentía mi autoestima a tope.  Ya el espejo me había reflejado que estaba guapa y lo supe después porque los chicos me dijeron cosas muy bellas por la calle.  Sus piropos siempre me alegraban el día, o sea, siempre estaba alegre. Pues bien, al terminar mis preparativos, toda pizpireta me dispuse a encandilar a cuántos más, mejor.
A la llegada, vi a un guapísimo moreno que me miraba con tal intensidad que trastabillé y por poco me provoco un esguince.  Me sentía en el séptimo cielo.  Mi amiga, que era bastante quisquillosa, quedó cortada al ver que las miraditas no eran con ella.  De repente, me miró con suma seriedad, impropia de nuestra edad, y soltó esta perla:
–Amiga, me obligaste a acompañarme a esta fiesta y ahora yo me siento fatal. ¿Pero, no te has dado cuenta de que pareces un arbolito de Navidad? ¿No sabes que ya los armadores no se usan? ¡Qué falta de glamour! y además, zapatos blancos en una fiesta nocturna!! ¡Se usan negros!.
¿A mí me estaba diciendo aquello? Pero, si yo me sentía la reina, vamos, mejor que Grace Kelly.

De pronto, le agarré tremenda rabia al que había iluminado ese salón con tanta exageración y me pasé toda la noche escondiendo los pies con los benditos zapatos blancos debajo de la mesa.


A SU VUELTA Lali Marcelino


Era muy tarde cuando cruzó la solitaria plaza del pueblo. Apenas había llegado a la mitad y  sorprendentemente de debajo de un árbol, salió alguien que, hasta que no estuvo a su lado, no percibió que era yo. Ella no sabía cuáles eran mis intenciones y se sobrecogió.
En principio, se puso en guardia y se dirigió a mí con la idea fija de que iba a hacerle daño, porque el medio, la hora, la soledad del momento y mi aspecto, no le dio duda a pensar que algo malo iba a sucederle. Se sorprendió cuando, al llegar a su lado, le dije;
-¿Cómo está Doña Esperanza?.
El simple hecho de que pareciera conocerla, la tranquilizó. Los rasgos de su cara se suavizaron, se relajó y respondió a mi pregunta con tres interrogantes;
-¿Me conoces?, ¿quién eres?, ¿qué quieres?.
Notó que se había excedido porque en mi cara se reflejó la ansiedad de sentirse atosigado o recriminado.
Le respondí por partes, incluso contestando a mi propia pregunta.
-Veo que está muy bien. La conozco porque hace unos años usted me dio clases en la universidad, por lo tanto esto contesta su primera y segunda cuestión y en cuanto a lo que quiero, es muy simple, saludarla sin más y saber cómo se encuentra. Hace mucho tiempo que no la veía por aquí. Su casa ha permanecido cerrada durante muchos años. Su jardín es una maravilla y es una pena que se hubiera deteriorado, al igual que sus cañerías, probablemente de no usarlas podrían oxidarse.
-¿Le ayudo con su maleta?
-No, gracias –respondió con reticencia – que tenga un buen día.
Asentí con la cabeza y me senté en un banco de la plaza.
Metió la llave en la cerradura y con una suavidad que no esperaba, abrió y ante sus ojos sorprendidos, se encontró con una explosión de colores. Su jardín estaba esplendoroso. Cerró la puerta y siguió, admirada, hacia el interior de la casa. Todo estaba en su lugar, limpio, lustroso, reluciente y hasta allí llegaba el aroma que emanaba del jardín.
Cuando pasó a la cocina, otra sorpresa la esperaba. Dentro de una caja, una gatita con cuatro crías maullaban como si la esperaran. La última vez que estuvo allí, dejó a Minina, una cría de gatita y era ella la mamá gatuna, la reconoció porque tenía un corte en una orejita.
De inmediato salió a la plaza con la idea de encontrarse conmigo, porque era obvio que en su ausencia alguien le había cuidado la propiedad y su intuición la llevó a pensar que yo tenía algo que ver, pero yo ya me había ido.
Al día siguiente, preguntó a los vecinos y nadie sabía nada de mí, ni por las señas de mi aspecto, ni tampoco habían visto movimientos extraños en su casa.
Había adquirido la casona años atrás en una subasta, su dueño estaba desaparecido y el banco se adueñó de la finca y cayó en sus manos.

Se preguntaba quién sería el misterioso personaje que encontró en la plaza, hasta que consiguió averiguar cuál era el aspecto del anterior dueño, su alumno. No se sorprendió al comprobar por una foto quien fue el morador de su casa en su ausencia.



LA MÁQUINA FUTURISTA Sandra López




No me creo que con tan solo programarla, esa máquina futurista haga ella solita todas las tareas de la casa. Seguro que no barre bien, seguro que mezcla la ropa de colores, segurísimo que se le pasa el arroz y me juego lo que sea que plancha fatal. Pero, en fin....dibujaré mi mejor sonrisa y seré tan convincente que estoy dispuesta a vender, hoy mismo, tres fantásticas máquinas futuristas de estas. Buenos días Señora, es usted hoy la primera clienta  a quien vamos a mostrar la máquina del futuro. Será la primera persona que disfrute de ella, como la reina que es. A partir de ahora mismo, será ella la que se ocupe de todas las tareas de la casa. Usted podrá asistir a esas clases de baile que tanto desea, o a pasear todos los días con su mascota todo el tiempo que quiera. Confíe en nosotros, a partir de hoy cambiará su vida. No existe nada ahora mismo mejor que esto en el mercado mundial, nosotros tenemos la exclusividad.


EJERCICIOS NARRATIVOS TALLER NARRANDO CADA JUEVES

Chic@s, narrar puede ser un juego muy divertido, si logramos vencer el miedo de dejarnos llevar por la imaginación; mucho más si, al hacerlo, nos apoyamos en el sentido del humor, o en la poética propia y personal que todos poseemos.  Estos microrrelatos son una buena muestra de ello.  Gracias por ser tan receptivos con los retos a los que los lanzo cada semana.  ¡Yo disfruto tremendamente escuchándolos! 





TENGO UNOS ZAPATOS   Lali Marcelino
Tengo unos zapatos que, cada vez que salen de su hogar, chirrían, gimen, se quejan… Por todo eso, antes de que terminen en la Uvi, he decidido jubilarlos.

TENGO UNAS TIJERAS    Ana Rosa Benítez
Tengo unas tijeras que cortan tan profundamente que te sangra el alma

TENGO UNOS GUANTES   Alicia Carmen
Tengo unos guantes que hacen que pierda los estribos; son tas resbaladizos que mis amigos ya no creen en mi seriedad

TENGO UNAS TIJERAS   Roberto.es
Tengo unas tijeras que están locas porque se niegan a cortar.  Ellas dicen que han nacido para bailar y giran sobre sí mismas y se abren en espagat.  Les gusta cortar figurines y telas maravillosas por lo delicados que son sus filos.

TENGO UNOS GUANTES   Maruca Zamora
Tengo unos guantes que me sacan de apuros muchas veces.  Los tengo siempre en la cartera y, en algunas ocasiones, guardo en ellos mi móvil, en otras lo uso de monedero y, con frecuencia ocurre que cuando los necesito para el frío, no puedo usarlos porque están ocupados en otra cosa.

TENGO UNOS ZAPATOS  Esther Morales
Tengo unos zapatos que salen de fiesta en fiesta porque les encanta conocer a la gente y sus historias.  Por eso en cuanto pueden, viajan de país en país para traer  sus suelas cargadas de experiencias.  Cuando regresan a la zapatera, son la envidia de los compañeros que, sosos y aburridos, oyen sus cuentos.


TENGO UNAS MUÑECAS  Lali Marcelino

Tengo unas muñecas en el baúl de los recuerdos que estoy pensando regalar y, cada vez que lo intento, me es imposible, porque cada una de ellas, me dice que no con su mirada.

TENGO UNOS RULOS DE PELO   Roberto.es
Tengo unos rulos de pelo que prefieren enrollarse con los cables del ordenador antes que liarse con melenas


TENGO UN CARTÓN DE HUEVOS  Ana Rosa Benítez

Tengo un cartón de huevos que me persigue desde hace un año.  Yo creo que me ha confundido con la gallina que los puso


jueves, 17 de septiembre de 2015

VIL Lali Marcelino




En mi barrio, en mi trabajo, entre mis vecinos, en mi propia familia, nadie sabe quién soy realmente, porque si lo supieran, si un día se desvelara mi secreto, podría incluso peligrar sus vidas.
Me resulta muy difícil llevar una existencia paralela y oculta.  Llevo en esta profesión, de la que nadie tiene conocimiento, muchos años.  En mi trabajo tengo estrictamente relaciones laborales, de amistad ninguna. Cuanto menos gente sepa de mis actividades, mucho mejor.

Jamás nadie ha visto mi aspecto real, porque utilizo muchos disfraces, de diferentes nacionalidades y sexo; para ello me sirvo de un apartamento bastante alejado de mi domicilio familiar que tengo a mi disposición.  Puedo ejercer esta profesión secreta, porque mi trabajo encubierta como comercial de productos de peluquería, me permite viajar y tener un horario bastante flexible, sin despertar sospechas.
Mi sueldo, también secreto, lo pago el gobierno de la nación y parte de él lo destino a hacer obras de caridad y ayudar a mis compañeros o a sus viudas, porque generalmente terminamos todos con el cuerpo dañado, dadas las actividades peligrosas que desarrollamos.  Lo que resta va directamente a una cuenta en Suiza para que, cuando yo falte, mi familia esté asegurado de por vida.


EL SUCESO Esther Morales





Ocurrió ayer, sobre las ocho y media.  Yo estaba feliz, alegre.  Venía el obispo desde Tenerife para confirmarnos, a mí y a unas cuantas niñas más.  Claro, ¡qué ilusión tan grande!

Estábamos en la escuela, preparando el banquete que nos íbamos a dar, cuando se oyó el ruido de un coche en el camino.  ¿Un coche? Aquello no podía perdérmelo.  Fui directa a la ventana y la levanté.  El sistema de apertura era muy antiguo, tenía que ser trabada por los lados con un clavo.  Lo cierto es que mis bracitos de niña pequeña no aguantaron el peso y la ventana cayó sobre mi cabeza, cerrándome la boca de golpe, por lo que.. un trozo de mi lengua cayó en el camino.  Tuve la lengua hinchada y no pude comer nada de aquel banquete.  No quise decirle nada a mi madre para que no me pegara o regañara por estar pendiente de lo que no debía.  Me dolía mucho, quería hablar y no podía, me pasé llorando toda la ceremonia y la celebración.



VIL Alicia Carmen


En mi barrio, en mi trabajo, entre mis vecinos, en mi propia familia, nadie sabe quién soy realmente, porque si lo supieran, si un día se desvelara mi secreto, quizá no me aceptarían como hasta ahora lo han hecho.  Nadie sabe que soy un hombre inmensamente rico y que mi fortuna proviene de la herencia de mi madre.  Tampoco conocen los títulos nobiliarios que poseo; para todos soy un informático sin demasiado éxito que trabaja y se desvive por sacar adelante a su familia y que a duras penas paga su hipoteca.  Ni mi mujer sabe mi verdadero origen.  Pero, cuando estoy a solas, cuando todos duermen, me siento seguro y me permito recordar los sucesos agridulces de mi niñez.

Mi padre era un hombre muy apuesto y a la vez frío como un témpano de hielo y mi madre, la pobre niña rica que se dejó embaucar.  No tuve la infancia que todo niño merece, me sentía siempre triste, abandonado entre tantos lujos, sin amigos, siempre deseando el cariño de mi madre que se prodigaba demasiado, aunque yo sé que a su manera, ella también me quería.  Recuerdo que antes de irse a sus incontables recepciones, siempre pasaba por mi habitación y yo me quedaba con el aroma de su cabello, la suavidad de su mejilla, el contacto de un beso furtivo; así era ella. Con esa dulce sensación, me cobijaba, la ternura de esos momentos inundaba mi corazón y me sentía saciado de ese amor que tanto necesitaba.

Pero, todo eso me fue arrebatado de manera más vil.  Por los periódicos me enteré de que mi madre había quedado en coma por la administración de una sobredosis de insulina que mi padre, de manera accidental, le inyectó.  Nunca dudé de su culpabilidad; no ocultaba su ambición, su soterrada crueldad, siempre había maquinado cómo despojarla de su fortuna.  De esta manera tan brutal se destruyó mi futuro, mi fe en el ser humano.  Sufrí mucho viendo a mi madre inconsciente, postrada en una cama de hospital por tantos años, y a mi padre tratando de demostrar su inocencia.

No quiero que nadie me asocie a este drama.  Necesito olvidar este horror, pero hay algo que sí me gustaría que permaneciera en mi memoria y es la figura grácil de mi madre, siempre apurada, como flotando.  No me queda duda de que, a pesar de su frivolidad, a mí siempre me miró a través de los ojos del amor.



VIL de Carmen Garcés





            En  mi barrio, en mi trabajo, entre mis vecinos, en mi propia familia, nadie sabe quién soy realmente porque si lo supieran, si un día se desvelara mi secreto…, la máscara que he venido llevando todos estos años se haría añicos y podrían verme como realmente soy y, estoy seguro que no les gustaría lo que  encontrarían.
            Yo, sin embargo, me conozco bien, sin mentiras, sin engaños y la verdad es que no me avergüenzo de ello; al contrario, ¡me enorgullezco!.
            Puedo confesar que soy un ser falaz, egoísta, despiadado y vil sin sentir ningún remordimiento. Alguien que para lograr sus propósitos, no duda en manipular a  personas y  situaciones sin importar el daño que pueda causarles, -al fin y al cabo son daños colaterales y la verdad es que tampoco me importa-así que utilizo los ardides más retorcidos para alcanzar mis objetivos.
            Con el tiempo, he perfeccionado el arte de la manipulación y el chantaje emocional sin que mis víctimas se percaten siquiera de ello y esto me ha mantenido a salvo en mis mentiras, lo que me produce una enorme sensación de poder.
            Ahora todo está a punto,  falta poco para que todos me conozcan tal como soy -en cuanto acabe con algún asuntillo económico que me queda por ultimar-, pero necesito mantener un poco más esta farsa…, tan sólo un poco más. Después, dejaré atrás toda esta monótona e insoportable  vida y las insulsas y repugnantes personas que forma parte de ella, entonces buscaré nuevas víctimas  y… volveré a empezar, una vez más.




jueves, 10 de septiembre de 2015

EL ABANICO Alicia Carmen



Aquel abanico llegó a mi vida el verano en que me sentía tan sumamente triste que hasta me costaba respirar, moverme, mirar por la ventana.  Y por esto ni siquiera le presté atención a la vendedora de flores que estaba en la entrada de la iglesia, que me susurró:
         –Es un regalo para la persona más infeliz que he visto en mucho tiempo
Mi madre, que prácticamente me había arrastrado hasta la iglesia por fin, me acompañó de vuelta a la casa y, aunque estábamos en pleno verano, yo estaba helada, temblando.  Me desplomé sobre el sofá y me tapé con la manta hasta la barbilla.  En ese momento, me di cuenta de que en el bolso a medio abrir, aparecía un abanico.  Solo por curiosidad, lo abrí. ¡Qué color tan exquisito!!. Dios, se parecía a los claveles que…  No, no podía pensar, lo tenía prohibido.
         Un sollozo salió de mi garganta. ¿Sería capaz de acallar un sentimiento tan profundo? . Entonces, le di la vuelta al abanico.  Allí, en una letra menuda y muy parecida, decía:
         –Fíjate en el clavel escarlata, así está mi corazón encendido.  No temas, nunca se marchitará




LA COSA Lali Marcelino


         Aquella cosa llegó a nuestras vidas el otoño en que nos casamos.
            Un día, revisando los regalos que nos habían enviado procedentes de nuestra lista de boda;  uno él, otro yo, precisamente en uno de mis turnos, fue cuando  encontré en mis manos la cosa más extraña que había visto en mi vida.        Enseguida pensé que o no era nuestro o alguien lo había enviado para sorprendernos, y si esa había sido su intención, lo consiguió.
            Una cajita de terciopelo rojo, en su interior una especie de torta naranja. Apenas lo tocamos, su color, forma y olor cambió por completo, pero no sólo él, todo lo que estaba a su alrededor también, incluso la persona que lo tocaba,  que según el color que tomara, cambiaba su estado de ánimo. La sorpresa era que nunca sabíamos qué color tomaría, si cambiaba a negro, inmediatamente había que volverlo a tocar, ese color se relaciona con algo malo, la oscuridad, la muerte… Imagínense todos los muebles, adornos, cuadros… negros, y mi estado de ánimo, porque fui quien lo tocó, negro.
            A medida que lo iba tocando, para que volviera a la normalidad, todo cambiaba a verde, amarillo, blanco…, cuando decidimos dejar de rozarlo todo estaba azul y mi estado de ánimo también, ¿se imaginan un estado de ánimo, color azul?.
            ¿Qué les parece si comparamos los colores con nuestro estado de ánimo?. ¿y a qué olerán?

Azul:
Blanco:
Amarillo:
Rojo:
Verde:
Negro:
Naranja:
Marrón:


            La cosa en cuestión, resultó ser un medidor de estado de ánimo. Su principal objetivo era que tuviéramos en cuenta, antes de comprometernos  a pasar toda “una vida juntos”, todas las facetas por las que podríamos transitar, dependiendo, evidentemente, de nuestro estado de ánimo.


ATRÁS QUEDÓ TODO Sandra Mai



Todavía siento el frío en mi cuerpo, la humedad traspasaba mi ropa y el sabor de la sal del mar me desesperaba. Temía por mi vida y la de todos los demás. Recuerdo la expresión de una mujer en concreto, se aferraba a un lado de aquella patera, con sus manos clavaba las uñas, enterrándolas como garras de un buitre para no dejar escapar a su presa.
 
Hubo momentos sordos, mudos y momentos aterradores. Pareciera que el mar nos quisiera tragar,  llevarnos a las profundidades de su garganta borrándonos del mapa. Estábamos en sus manos y nos tambaleaba a su antojo, como si de títeres se tratara. Recuerdo que no dejaba de rezar y de pedirle a Dios, que nos diera una última oportunidad para volver a empezar. Una oportunidad para seguir viviendo, pero en otro lugar distinto al que pertenecía. Atrás quedaría todo..., sí, miedo tenía a no llegar y morir en medio del océano, pero más miedo tenía, a seguir viviendo en mi país natal.
La suerte, marca tu vida, tu camino y el destino y la fuerza hace, que tomes las riendas de tu vida y demuestres a la suerte, que eres tú y no ella, la que decide quedarse... O adentrarme mar adentro para cambiar aquel destino injusto, que me tocó vivir, sin yo quererlo.  Aunque en ello me fuera la vida.