jueves, 24 de noviembre de 2016

SEGUNDO PREMIO NARRATIVA HERTE 2016

CHOCOLATE

de

Nela Cabrera

         ¿Qué prefiero, pintar o escribir?.  Me levanto esta mañana y decido escribir.  Enciendo el ordenador, se me para, ¡qué asco!.  Él también está como yo. 
         Lo llevo al técnico.  Señora, lo tiene que dejar y lo miramos.  Vuelvo a casa, desayuno por segunda vez.  Yo quiero bajar de peso, dos kilos por lo menos pero…me da por comer, ¿qué se le va a hacer?
         Llaman al teléfono, es mi amiga Carmelita.  ¿Cariño, cómo estás?, me pregunta pero, sin dejarme contestar, empieza:  yo fatal, tengo muchos dolores y encima mi hermana metida en una depresión y no es capaz de salir de casa, me dice todo eso de carrerilla, sin respirar. Y la perrita cada vez más vieja, ¿qué voy a hacer si se va?.  No pienses en eso, le digo, pero no me oye o no quiere oírme y…continúa: ahora tengo que ir a recoger al niño al colegio –el niño es el hijo de su sobrino que le toca cuidar a ella–; claro, como no tiene hijos –.
         Y cuando le iba a contar mis historias, zas! va y me dice que tiene que dejarme, que se va a comprar.  ¿Y yo qué?, ¿quién piensa en mí?, así que me pregunto ¿con quién descargo yo?, se supone que para eso están las amigas, eso dicen al menos.  El caso es que pongo un café y me siento a ver la tele.   Lo tomo despacito pero no me gusta lo que veo, todo son malas noticias, qué asco de día.

         Otra vez el teléfono, es mi prima quien llama.  ¿Salimos?, me dice.  Pues sí, en la calle por lo menos no como.  La voy a buscar, nos vamos a un centro comercial, nos tomamos un refresco. De pronto, suena el móvil, tic, tic, tic, es el sonido que puse al whatsapp del grupo. Los reviso. Todos felicitan a Leo, es su cumpleaños.  Yo también lo hago pero no en privado, eh!!, no quiero que se haga ilusiones.  Él suele mandar mensajes de enamorado al grupo, pero no sé si van dirigidos a mí porque no pone nombre y cuando hablo de eso con mis amigas todas coinciden en que no quieren estar con él a solas.  ¿No será que Leo está desesperado y lo deja caer por si alguna tonta resbala y…?  ¿Por qué no te gusta?, me pregunta mi prima.  Pues no lo sé, es muy atento pero no soporto ese interés subliminal.  A mí me gusta la gente que es más directa y que no se va por las ramas.  Por eso no consigues novio, me dice.  La verdad es que tiene razón, pero cuando miro a los hombres, no veo uno que diga dios lo guarde. Así que aquí estoy, tomando un café frente al televisor,  digiriendo como puedo tantas malas noticias y… comiendo chocolate, uhm!!,  qué rico está este chocolate.


lunes, 14 de noviembre de 2016

RELATO GANADOR DEL PREMIO NARRATIVA HERTE 2016

EL VIENTO EN SUS VELAS
de

Roberto Escarvajal




         Fue una mujer especial, enigmática...; cariñosa sin excesos; aunque siempre nos sentimos arropados por ella. Recuerdo su sonrisa, triste sonrisa, colgada de unos ojos tristes, húmedos, que anhelaban lo que sus labios callaban. Tras el cristal, se quedaban perdidos en el tiempo, en su tiempo...: barrera impenetrable que no permitía franquear. Única; nacida  en una acomodada familia de Santander, jamás hubieran  imaginado sus padres que aquella niña, dulce y obediente, iba a causar la mayor hecatombe en su honorable familia desbaratando los planes de futuro que habían diseñado para ella: su hija..., su heredera. Tal fue el escándalo y la vergüenza, que decidieron marcharse a otro país y comenzar un nueva vida. Tenía dieciocho años y se llamaba Constanza... Nunca más se habló de ello...
         La joven fue obligada a casarse con un muchacho  al que siempre  quiso, pero del que nunca se enamoró. Él la amó durante cuarenta años, sin reserva, calladamente..., velando y protegiéndola, sobre todo de sí misma, de su alma atormentada. Constanza lloró su muerte. Fue un excelente compañero de vida. Aquello la sumió en un mutismo existencial, a pesar de nuestros insistentes ruegos para que nos contara lo innombrable. ¿Porqué inquietante razón aquella espada de Damocles, que supuso tanta ignominia, proyectaba tan alargada sombra...? Ante aquel temor, encontramos siempre al silencio por respuesta; un silencio pesado, desconsolado, preñado de amargo secreto.
         Falleció unos años más tarde aunque, mucho tiempo antes, su mente ya la había abandonado dejando tan solo un nombre que repetía constantemente en sus labios...: Samara.
         Hace unos meses, encontré en el doble fondo de un cajón, un atado de cartas que trasminaban a jazmín, el perfume preferido de Constanza. Hablaban de una historia de amor, de pasión irrefrenable... A escondidas se amaron,  sucumbiendo en lo prohibido. Un fuego que les abrasó el alma, que les hizo tocar el cielo y también descender a los infiernos. No lo pudieron evitar, y aquel querer fue mancillado por maledicentes bocas sufriendo así el escarnio que una sociedad pacata y cruel les impuso. Sus progenitores, imbuidos por aquella cerril educación, no lo consintieron y se la llevaron lejos, muy lejos... Pero, ¡ay...!, la desmembraron; le arrancaron un trozo de corazón. Fue una mordida en el alma.
         Hoy sé que Samara se asienta en la estepa rusa, a orillas del río Volga. Sin embargo, para Constanza, que así se llamaba mi madre, aquel era también un lugar anclado en el corazón: guarida de su dolor, epicentro del tsunami que arrasó su vida. Ella jamás pudo olvidar aquel amor; su único y verdadero amor. Porque, lo que la verdad esconde, es que Samara tiene nombre de mujer...; nombre que se hizo carne y habitó para siempre en ella; como un impulso vital, como el viento que sopla en sus velas...