miércoles, 23 de abril de 2014

LA VIDA de Esther Morales






Ellas rumiaban ladera arriba, rumiaban que te rumiaban, no paraban; estaban colgadas en la montaña, y su rumiar era un sin parar. Lo necesitaban como la vida misma: era su sustento y el de sus compañeras y descendencia.

Las flores amarillas tenían el alimento indispensable para ellas convertirlo en leche. Las vaquitas seguro que saben que en una semana ya no hay flor amarilla.




jueves, 10 de abril de 2014

YO de Carmen Garcés



Es difícil definirse ante los demás. Descubres facetas de tí que, posiblemente, muchos no conocen y eso suele hacerte vulnerable; aun así, hoy lo haré; bueno…, lo intentaré.
He tratado de evolucionar al paso de los años; sin embargo, rasgos de mi personalidad me han acompañado durante toda mi vida.
Reconozco que, en ocasiones, he llegado a agobiar a los que han convivido conmigo; ¿la causa?: mi deseo por el orden y la planificación . Esto ha hecho que sea, digamos …un poquito quisquillosa; mis hijos me tienen el apodo de “La Sargento”, y yo me pregunto ¿por qué será?, no tengo ni idea.
También soy algo...bueno, bastante sensible y susceptible, cuando algo perjudica a las personas a las que estoy ligada por el afecto, cuando veo alguna injusticia o escena emotiva; en esos casos, soy de lágrima fácil –una llorica para decirlo rápido-.
Cuando me enojo -cosa que por fortuna no sucede muy a menudo-, sale el monstruo que llevo dentro, y no es precisamente el monstruo de las galletas. Pero soy de desenlace rápido, así que se me pasa enseguida y todo vuelve a la normalidad.
Mas siempre estoy predispuesta a tener buen sentido del humor; me rio a menudo de mí misma y, mucho  con los demás; aunque en ocasiones me tienta hacerlo de los demás y, si bien hay muchísimos que se lo merecen, intento reprimirme – aquí entre nosotros, no siempre lo consigo-.

¿El peor de mis días?, cuando me levanto por la mañana, me miro al espejo y éste me dice “mi niña, hoy estás peor que nunca, así que mejor vuelve a la cama y quédate allí”.





ABSORBIDA de Lilia Martín Abreu



Abro los ojos y miro el reloj, ¡que alegría me da!, puedo seguir diez minutos más en la cama, porque soy de las que, en ella, hago virguerías: boca arriba, cruzada, desnuda, de lado, vestida y hasta sentada, siempre pero siempre, me quedo dormida con una facilidad sorprendente, y para completar el placer, sueño, ronco y hasta me babeo.
Empiezo el día con un café y una buena ducha, y a la calle, en compañía de mi hija, en busca de un vestido para asistir a una fiesta. Entro al probador con tres en el brazo.
Me voy quitando la ropa delante de aquel despliegue de espejos, que me intimidan y censuran. Desde cualquier ángulo que mire, estoy reflejada en todo mi esplendor, hasta en el techo hay uno, muy bien acompañado de un súper potente neón, que me inunda de luz y, bajo tal torrente de iluminación…¡sorpresa!, descubro que tengo anorexia, ¡sí anorexia!, porque de cualquier lado que me mire me veo gorda.
Con mi desconcierto y bajo tal luminosidad, me sigo contemplando como hacía tiempo no lo hacía, y cual no será  mi admiración al ver que,  no es anorexia, ¡no,no!; lo que tengo es tremendo cuerpo, ¡si! ¡tremendo culo! ¡tremenda delantera! ¡GUAUUU! Yo misma me sorprendo, si lo que yo tengo es un descomunal cuerpo PORNO, ¡sí porno! Por no, hacer dieta, tengo un cuerpo voluminoso, por no hacer ejercicios, tengo un cuerpo bastante fláccido.
Me salgo de ese probador, como absorbida por una escultura de Botero, confundida, apesadumbrada, y con un solo propósito, buscar una dulcería para quitarme el sabor amargo que me causó ese endemoniado probador, y ya el lunes veré si empiezo la dieta, lo que no tengo claro es de cuál semana, y menos el mes.




REÍRSE DE UNO MISMO de Tatiana Silkwood






            Difícil ejercicio me ha puesto mi profesora esta semana: “reírme de mí misma”, pero si no me veo la gracia….., para eso ya están otros…, los curiosos, los chismosos, en definitiva los que no se miran en el espejo. En cuanto al plan B, lo único que se me ocurre es salir corriendo. Estoy en una etapa de mi vida en la que el cuerpo hace sus cambios sin consultar conmigo; igual me tengo que quitar el abrigo en el Teide, como fajarme para lucir un vestido y lo peor es el espejo, “ese” sí que se ríe de mí, si me alejo un poco me veo esbelta y delgada, si me acerco parezco el butano de cintura para abajo. ¿Dónde está aquella chica que yo conocía?. Y encima están las envidiosas, “las pobres”, pero ¿qué me envidian?. Cuando las miro comprendo y me digo, “lo que ellas nunca tendrán”, ¡paz en el alma!.



MARTINA de Lourdes






Y entonces, a través de la ventana, creía como la “asquerosa lluvia” mojaba sus recién “limpiados” cristales.
Miró a la alacena y allí, sobre la repisa, buscó el retrato del rostro que siempre estaba serio, y que ahora se partía de risa. Había sido ella, lo tenía claro. Mala baba tenía ese rostro, que desde la niñez la controlaba. Pero hasta ahí, decidió que llegaba su  último otoño en la casa.
En una bolsa de basura metió esa ropa de mojigata que se suponía obligada, y por las que ella no ligaba nada, esas faldas de paño tan holgadas, esos abrigos de lana que tanto picaban y esos zapatos de charol brillante que tanto odiaba. Cogió la cartilla del banco heredada y mostró al rostro el saldo que había, se lo pasó por delante de las narices, que ya estaban bastante cabreadas.
Entonces, guapa y ataviada con su bolsa negra cargada, salió a la calle que tornaba luminosa, muy dispuesta a renovar todo el armario.
-         Sí, 1950 euros, cargue toda la ropa a esta cuenta y por favor deshágase de esta.
-          

Ya, de vuelta a casa, atravesando el parque, del bolsillo de su chaqueta brotó un humo negro. Asustada, sacó su contenido, era el  retrato de su madre que del cabreo estaba ardiendo en llamas. Fue tal el susto que, de un salto, se puso en el borde de la fuente y lanzó el rostro de su madre al agua. Al perro que bebía en ese momento del agua, le aconsejó que lo dejara, pues el agua a partir de ese momento estaba envenenada.


GUAPA de Maruca Zamora.






Soy Flora, una ama de casa, aunque me gusta poco el oficio; eso de lavar, planchar, limpiar, ¡no va conmigo!
Me gustan las fiestas, los bailes, las excursiones.  Considero que soy muy guapa e inteligente, ¡la más del mundo mundial!.
Cuando estoy en la calle, deslumbro por mi belleza, con mi melena dorada al viento un cuerpo diez 90-60-90. Lo malo es la dieta porque  para estar así, lo que como es ensaladas y más ensaladas. No quiero ser como mi amiga 125-100-150; y ese no es mi caso, no crean. A mí me  gusta que me digan guapa por la calle, que ¡qué figura tienes!, y….mientras lo escucho pienso… (aquí entre nosotros): ¿será miope?, ¿no verá bien?, ¿me verá a lo largo, o a lo ancho?, bueno, ¡que me sigan viendo así, que me digan guapa!, así yo feliz.
Ahora, un poco más en serio, creo ser buena persona, amiga de mis amigas o la tonta del grupo, porque me cuesta ver el lado malo de las cosas.
Soy aficionada a trabajos manuales.  Cuando me salen bien, salto, bailo, río… Yo misma me alabo –no tengo abuela que me alabe -. Mis hijos me dicen, se te aflojó un tornillo, estás perdiendo la testa, mamá.  ¿No me dirán que mis trabajos no son los más bonitos?. Merezco un premio.  Lo malo es que nadie me lo reconoce y yo digo, bueno…¡algún día será!...:  ¡nadie es perfecto en su tierra!; no profeta, sino perfecto.




SI ME RÍO SOLA. De Maruca Morales.







Cuando estás buscando una cosa, la tienes delante de ti y no la ves, de pronto piensas, ¿será que no abres bien los ojos?; vuelves a mirar y es verdad, no habías mirado bien. Entonces te excusas, diciéndote que lo que buscabas no era de la misma  marca que has usado toda la vida y, así te quedas más tranquila. Al final, terminas riéndote de ti misma, que es lo mejor que uno puede hacer: reírse por tonterías y, otras veces, ¡que te hagan reír sin querer!. ¿Habrá algo mejor?.  Hay que reír siempre, incluso cuando es una tarea impuesta como la de esta semana, entonces…¡hasta de su mismo nombre se ríe una!


LA AMISTAD de Esther Morales



Cuando una amiga se va, deja un vacío grande, difícil de superar y llenar. Pero, cuando en menos de dos meses desaparecen tres amigas, lo que  se deja es un socavón que, por más que lo intentes, siempre quedará abierto.
No quiero ponerme triste al recordarlas, quiero evocarlas alegres, guapas, vitales, con su gran sentido del humor y su amor a la vida.
Al comparar una con las otras, es sorprendente que, procediendo de tres islas distintas, tuvieran tanto en común.
Las tres poseían una gran vitalidad y alegría de vivir, eran coquetas y presumidas. Sobre todo, eran dueñas de un gran sentido de la responsabilidad como trabajadoras; grandes madres, lo daban todo por sus hijos. Les gustaba la vida y disfrutaban de ella plenamente.
Sabían que iban a morir y se enfrentaron a la muerte con gran valor, coraje y rabia.
Creo firmemente en la vida después de la vida. Estoy convencida de que, después de nuestro paso por esta vida, ¡que es un minuto en la eternidad!, pasamos a otro plano espiritual donde somos más conscientes porque recuperamos nuestra conciencia al cien por cien.
Espero, en el futuro, poder coincidir en el espacio y tiempo con ellas. Con la herreña, contemplaré la gran obra de Dios, todos los seres vivos, animales, plantas, la tierra y sus paisajes y nos recrearemos en su grandeza, dándole gracias.
Con la gomera, bailaré y cantaré  los cánticos de nuestra tierra y haremos un gran recorrido por todo el mundo, rescatando lo mejor de cada sitio; lo pasaremos muy divertido.
Con la de Tenerife, definiremos juntas el concepto de Dios y su creación máxima: el hombre a su imagen y semejanza. Haremos el recorrido por Barcelona, el que nunca pudimos hacer. Y sobre todo, iremos a la catedral de Santa María del Mar para disfrutar, como niñas, de esta gran obra de la cristiandad.
Aprenderemos mucho juntas y disfrutaremos todo lo que, en vida no, pudimos hacer.
Gracias amigas por su amistad.





ESCAPARATE de Tatiana Silkwood





...Y allí estaba el escaparate, con aquellos maniquíes a los que les sentaba tan bien la ropa. ¡Pero que mona iba a estar yo con eso puesto!.
Después bajaba la vista y….el precio era disuasorio. No importaba, siempre estaba el maniquí de al lado que era igualmente atractivo…,o la posibilidad de adquirir prendas sueltas: ¡ahí estaba el gancho!. ¿Iba yo a poder combinarlos con ese acierto?
Mi fondo de armario no resistía ciertas extravagancias...;la pena de quedarse la prenda colgada o ir ridícula. Después, el cristal me devolvía la imagen propia y me decía “pero si ya no tienes veinte años”, “¿a dónde vas con esa ropita?” y yo le contestaba, “cierto, pero con veinte años no podía comprarla”. Ahora puedo permitirme ser algo excéntrica.




EL PASO ACCIDENTADO de Alicia Carmen







Desde pequeña oí diferentes idiomas y conocí disímiles costumbres, ¿por cual me decantaré?, me preguntaba.  Decidí, finalmente, tratar de tomar lo mejor de cada una.
Recuerdo ese maravilloso clima donde me crie, siempre primaveral y cómo me gustaba tomar sol en la playa, hasta que un compañero me hizo notar que parecía que lo tomaba a través de un colador.
Cuando cumplí 15 años todos festejaron en casa que ya era casi una señorita, así es que, con un dinerito ahorrado, fui a la farmacia de la esquina y me compré mi primer lápiz labial, el de color más intenso que me mostraron, y buena reprimenda que recibí, nunca supe por qué, pues si era mayor para unas cosas ¿por qué no para otras?. Pero como seguía empeñada en estar guapa, volví a la farmacia y compré glicerina que mezclé con jugo de limón y así, toda embadurnada, en las noches soñaba que se me quitaban las benditas pecas. Y como mi pelo se empeñaba en no amoldarse, me agarraba los rulitos con cerveza. Cundo un día llegó un enamoradito a visitarme, salió disparado pensando sabrá Dios qué de mi salud mental.
A veces  quisiera pedirle al tiempo que vuelva pero no, porque dicen que los años más duros en la vida de una mujer son entre los 10 y los 70 años y a mí me falta lo mejor.




jueves, 3 de abril de 2014

MARTINA de Tatiana Silkwood




Camina a través de la arboleda de un parque.  Es otoño y hay una lluvia de hojas muertas que siembran el suelo.  Se detiene; duda pero lo hace y al final se sienta en un banco del parque.  Mientras mira su falda de paño y sus zapatos de charol, contempla como un perro abandonado se acerca y lame sus zapatos.  Le parece ver a su hija que la contempla con una gran pena…; es su hija Martina.  No siente nada, ni siquiera el frío asiento del parque…es 1950.



MARTINA de Roberto.Es




En días como estos: lluviosos, fríos; la melancolía me invade, dejando paso a los recuerdos que, sigilosos, acuden a mi memoria.  Noto su presencia.  Allí, en la alacena, su ajada fotografía me mira, me atrapa.  La tomo entre mis manos y, apoyado en el alféizar de la ventana, tras el lloroso cristal, imagino sus andares; evoco sus últimos días entre nosotros.  En su juventud, poseía una figura elegante, estilizada.  Ahora, es la sombra de lo que fue, con sus pasitos de vieja geisha: pasos pequeños y lentos…, cansados pasos.  Ya la vida le estorba, la arrastra como un pesado fardo del que quisiera deshacerse.  Pero no está sola; su inseparable perro la acompaña en sus últimos días, en sus últimas horas.  Comparte su destino que se extingue…, dejando en rescoldos lo que antes fueron llamas vigorosas.
Toma asiento, está exhausta, abre sus pulmones y los llena de oxígeno…, de vida.  Es otoño, sus ancianos ojos observan el crepúsculo de los árboles.  Sus hojas, ataviadas con dorados, púrpuras y magenta, anuncian el final de su existencia, ya consumida, para devolverlas a la tierra.  Ella, también desea cerrar por fin sus agotados párpados y descansar…, y dormir.
Allí iba cada día; a su querido parque, donde se encontraba bien; rodeada de sus flores, en su banco favorito.  La encontraron una tarde de 1950, con su fiel amigo a sus pies, velándola.  Sus delicadas facciones reflejaban la paz anhelada.  Murió tranquila, como deseaba; con una amable sonrisa dibujada en sus labios…, nos dijo adiós

Había sido feliz; había tenido una vida plena,  dueña de sí misma, de sus actos, decidiendo desde su libre albedrío, adelantada a sus tiempos.  Sí, así era mi madre: independiente y resolutiva.  Siempre nos quisimos, aunque no nos soportábamos.  Yo, Martina, también heredé su individualismo vital.


miércoles, 2 de abril de 2014

VENENO de Tatiana Silkwood


Era lo que llevaba en su mente, volteándose el pasado contra sí mismo, una y otra vez y otra …  ¿Qué clase de grabación era aquella que, apenas interrumpida, volvía a iniciarse sola? 
De modo inconsciente, así ocupaba el día, sin darse cuenta de que ese era tiempo muerto; de que ya no iba a vivir más y de que estaba matando el presente.
Tal vez, la venganza consiguiese calmar aquel fuego de regusto amargo que le subía desde sus entrañas, dilatando sus pupilas y ennegreciendo su belleza.  Aquella cosa, aquella cosa que le quemaba desde dentro … se llamaba veneno y él lo había virado en su magnífico laboratorio que es el cuerpo humano.

Era lo que llevaba en su mente, volteándose el pasado contra sí mismo, una y otra vez y otra …  ¿Qué clase de grabación era aquella que, apenas interrumpida, volvía a iniciarse sola? 
De modo inconsciente, así ocupaba el día, sin darse cuenta de que ese era tiempo muerto; de que ya no iba a vivir más y de que estaba matando el presente.

Tal vez, la venganza consiguiese calmar aquel fuego de regusto amargo que le subía desde sus entrañas, dilatando sus pupilas y ennegreciendo su belleza.  Aquella cosa, aquella cosa que le quemaba desde dentro … se llamaba veneno y él lo había virado en su magnífico laboratorio que es el cuerpo humano.



MARTINA de Carmen Garcés


La lluvia limpia todo; cuando cesa, hace que los días sean más alegres, más festivos.  Yo me detengo a contemplarla a través de la ventana y, a veces, miro hacia la alacena; allí en una repisa hay un viejo retrato.  Éste, con el cariz que le ha dado el paso del tiempo, me traslada hasta el pasado de su protagonista.  Su figura escuálida, casi de caricatura; vestida con una burda falda de paño y unos grotescos y horrendos zapatos de charol que le dan una apariencia pasada de moda; casi irrisoria. ¿En qué estaría pensando para vestirse así? Seguro que en las últimas tendencias de la época no sería.  Se muestra solitaria y melancólica, en medio de un parque, rodeada de esqueléticos árboles; ya podía haber escogido un entorno un poquito más alegre para la foto, digo yo.
Sigo pensando en ella y, me la imagino caminando sola por allí, con la única compañía de un perro.  Bueno, no es para menos; con esa apariencia no creo que tuviera mucha suerte con los hombres.  Miro el dorso de la foto y leo “A Martina, 1950”; ese fue el año en que apareció muerta.  La encontraron sentada en un frío banco del parque, vestida con esa misma ropa –sería que no tenía otra o que la compraba a lotes –y con la única compañía del perro, que lamía constantemente sus zapatos; parece que es al único que le gustaban.

Al pensar en su muerte, imagino que murió congelada (es lógico; ¿a quién se le ocurre ir al parque en pleno invierno, a sentarse en un helado banco de piedra?, seguro que se murió porque se le congeló el trasero y ya no pudo levantarse).  Ah, por cierto, Martina, a la que está dedicada la foto, soy yo, su hija.


VENENO de Lilia Martín Abreu



Con la mirada perdida, las manos temblorosas y una tristeza muda acompañándola como una sombra, tomó la decisión. Con mucha cautela, vertió el sobre en la botella para después, dejarla en el mismo lugar en que la encontró.
Su oxígeno, su mente, su estado de ánimo, todo, estaba envenenado de rabia e impotencia; le había despojado de su mundo de colores para transformarlo en una horrible pesadilla.  Su decepción era profunda y no comprendía qué pasaba, sólo sentía dolor, un dolor que la desgarraba por dentro.  Él había arrasado, sin pudor, su inocencia. Y ella estaba sola y decepcionada, sin saber a quién recurrir.
Asustada, confundida y apoyada en un rincón, temblando de miedo, estaba ella, cuando se lo llevaron a él y, entre su aturdimiento, acertó a escuchar unas palabras.

-¡Pobre niña, queda desamparada y sola! Su padre era su única familia.



MARTINA de Alicia Carmen


Hoy me han dicho que Martina ha fallecido, pero no, no es verdad; ella había dejado este mundo hace muchos años cuando, poco a poco, se sintió apartada.  Ya no era imprescindible, pues lo había entregado todo: su salud, su amor, su vida entera.  En sus peores momentos de soledad, levantaba el teléfono, aunque fuese sólo para oír: le informamos que no tiene ningún mensaje.
Martina nunca encajó en ese nuevo entorno que se fue creando a su alrededor; nada de esplendor y riqueza.  Ella era humilde y así prefirió mantenerse, aunque cada día se sentía más triste.

¡Qué sepelio solitario! Casi nadie estaba allí, quizás por vergüenza o ¿arrepentimiento?.  Aunque soy dueña de una importante empresa, no me importó perder ese día una reunión con los más altos ejecutivos del país, y me alegro, porque me entregaron este retrato tan sencillo como ella misma y también los zapatos de charol de Martina, que brillan de nuevo a través de mis lágrimas, al recordarla cuando me enseñó la palabra: abuela.