domingo, 4 de diciembre de 2011

SOY UN POBRE GRIS de Angélica Camerino

SOY UN POBRE GRIS     



Soy un pobre gris que a veces piensa.  Y en esas raras ocasiones, discurro sobre el porqué de mi color.  Creo que el resto de la gama está sobrevalorada.  Que si el rosa y amarillos para la primavera, los colores cítricos para el verano, los rojos para la pasión, el gris para lo triste e incluso invisible.  ¿Invisible yo?  ¡Si soy gris!.  Me parece una simplificación absoluta de mi riqueza, mi alcance y plenitud, y de la del resto de mis congéneres.  También se puede considerar lo contrario, es decir, una completa negación de la cotidianidad, lo meramente mundano.  No se puede resumir la vida y su complejidad a unos cuantos tonos porque, en definitiva, a veces la realidad se niega a los colores.

SOY EL LLANTO DE UN PERDEDOR de Begoña Fleitas




Decidí desbordarme para no ahogarlo por dentro.  Al principio caí tímido, silencioso pero luego, a borbotones, fui ocupando el espacio donde se habían clavado sus ojos.
Me filtré por un surco y empapé el subsuelo, deseando tropezarme con alguna raíz a la que asirme pero, aquello era peor que un desierto.
Entonces, como viviendo una alucinación, sentí que la escorrentía de las profundidades me conducía hasta confluir con el líquido turbio de una cloaca que desembocaba ilegalmente en el océano.  Allí llegué, muy diluido, y me convertí en mar.
Mientras tanto, el perdedor –abatido–, levantaba bruscamente una alcantarilla, intentando recuperarme con la mirada. 


OCHENTA GRAMOS de Lilia Martín Abreu

OCHENTA GRAMOS  

Cuando sus ojos vieron aquello, el miedo se apoderó de su cuerpo y  cada uno de sus nervios se estremeció.  Se sentó muy despacio con la mirada perdida mientras el color de sus mejillas la abandonaba.  Se quedó sola en medio de aquella incertidumbre.
Las manos le temblaban cuando marcó el número de teléfono para pedirle a su marido que viniera lo antes posible.  ¿Qué te pasa? le preguntó, preocupado por la angustia que ella le transmitía tras la línea telefónica.  Por favor, no me preguntes y ven, le susurró con un hilo de voz, antes de colgar el auricular.
Cuando Fernando llegó a su casa, Rosa aún no había recuperado el color en su rostro y preparaba una tila para los dos en la cocina.
Siéntate, porque no es fácil lo que te voy a decir, le comentó mientras le entregaba la taza de tila humeante, sentándose junto a él.  Con voz entrecortada le soltó sin previo aviso: Fernando, nuestro hijo es un camello.  Él la miró perplejo y exclamó con desdén: Rosa, que tú me digas burro, te podría creer, ¡cómo no aprueba ni una!, pero camello… ¿de dónde sacas semejante disparate?. ¡De esto!, exclamó ella mientras lanzaba sobre la mesa una bolsita con polvos blancos. Y mira, mira estas papeletas individuales.  ¡Esto es cocaína, Fernando!, dijo y comenzó a llorar.  Fernando soltó una carcajada mientras replicaba: Tú si eres paranoica, esto que ves aquí es mío y sólo son ochenta gramos de azúcar glas y las papelinas, papelinas, Rosa,  son de ácido bórico, las mezclas…, siguió increpándole con retintín, y obtienes un veneno contra las cucarachas, que está el garaje lleno de ellas, por si no lo sabes.

SUCRE GLACE de Clotilde Torres

SUCRE GLACE

Si hay alguien que no necesita presentación es la persona de la que les voy a hablar hoy.  Ella llenaba los escenarios sólo con su presencia plena de color, simpatía y con aquellos tacones inigualables que, en una ocasión comentó, haber sido inventados para ella.  A pesar de ellos podía permanecer sobre ellos durante sus conciertos, horas y horas sin parar de bailar, cantar o hablar con el público.  Recuerdo sus conciertos en  Las Teresitas o en la Plaza de España, récord mundial en el libro Guinness.  Ella era la gran señora de la salsa, Celia Cruz que siempre terminaba sus actuaciones con su grito de guerra:  ¡Azúcar, azúcar!

80 GRAMOS DE AZÚCAR GLAS de Maruca Zamora


80 GRAMOS DE AZÚCAR GLAS

Recibí un paquete por correo.  Era una caja pequeña que abrí de inmediato, completamente intrigado.  Fue después de hacerlo cuando me di cuenta de que no era para mí; definitivamente el remitente se había equivocado y supuse que el verdadero destinatario sería el vecino del piso de arriba, con quien comparto nombre.  Avergonzado por haberla abierto sin haberme asegurado antes, pensé devolverla y comentarle lo sucedido.   Pero, la curiosidad mató al gato, ya se sabe y, dado que estaba abierta, decidí saber lo que contenía.  A mi me pareció ver unas cuantas bolsitas de azúcar glas, aunque no estaba seguro.  En esa indecisión estaba cuando sonó el timbre de mi puerta.  Cuando la abrí escuché como una voz decía:  Buenas tardes, Policía Nacional.


JUEGOS DE AMOR de Alicia Carmen

JUEGOS DE AMOR

Yo era muy joven entonces y por lo tanto sabía muy poco de la vida y sus picardías, así es que, cuando me propusieron aquel juego, accedí.  Tomando en cuenta que el chico que me lo sugirió era muy guapo, es fácil suponer qué fue lo que hizo que me decidiera a participar.  Al principio fueron juegos inocentes pero en cuanto me tapó los ojos, supe que el juego se reiniciaba, aunque de otra forma; esta vez, la transparencia del encaje que cubría mis ojos, me permitía ver a través de la tela.