miércoles, 11 de marzo de 2015

TOMANDO CAFÉ Roberto. ES.


Buenas tardes. Soy una taza y tengo once hermanas más. Formamos parte de un selecto juego de café. Únicas e irrepetibles, fuimos creadas por encargo exclusivo para una familia de la nobleza francesa de Limoges; de ahí nuestro nombre. En nuestro fondo (la gente vulgar lo llama culo), está impreso el escudo familiar y sobre él se han leído los posos de los personajes más célebres de la sociedad gala. Somos admiradas en las sobremesas más elitistas por sibaritas y coleccionistas de arte; presentadas sobre manteles de sedas y cubiertos de plata, junto con exquisitas ambrosías y licores.
            Sobre nuestros delicados filos dorados se han posado labios ilustres: nobles, artistas, intelectuales y grandes hombres y mujeres de la política internacional. En nuestra presencia, los círculos del poder han firmado importantes tratados y confabulados planes para derrocar Presidentes y Dictadores.
            Bocas enamoradas han bebido de nuestro vientre inmaculado el aromático y caliente café. En ocasiones hemos sido cómplices, junto a elixires afrodisiacos, de clandestinas citas por amantes infieles, en secretas alcobas de palacio.
            Reposamos nuestros frágiles cuerpos sobre pequeños platos, que adornan nuestros cuellos con una elegante gargantilla de oro. Desde niñas, hemos recibido la educación más exquisita bajo la tutela de nuestra gruñona institutriz: la todopoderosa cafetera. Nos ha formado con severidad para poder estar a la altura de nuestro inigualable pedigrí y vela por nuestro buen comportamiento. También nos acompaña nuestro querido y paternal azuquero con sus traviesos terrones ansiosos por empaparse de nuestra excitante infusión. Él, que nos adora, consiente todas nuestras travesuras. Incitamos a la chiflada cucharita para que nos provoque cosquillas  con su simpático tintineo, que reproduce el sonido del llamador, consiguiendo así, confundir a la servidumbre. Este hecho enoja al inquebrantable y estirado mayordomo. A pesar de la recriminación de la quisquillosa cafetera, nos desternillamos con la sonrisa socarrona de nuestro fiel amigo el azuquero.
            Estas interminables veladas nos dejan agotadas y, tras un reconfortable baño, manos hábiles nos secan con delicadeza para, seguidamente, guardarnos en la elegante vitrina de nuestro noble comedor. Se apagan las luces del palacio…  poco a poco, el sueño se apodera de nosotras. Desde el fondo del armario nos arropa la nana que, con ternura, entona nuestro dulce azucarero.




3 comentarios:

  1. ¡Qué bueno, Roberto!. Genial me ha parecido este YO SOY. Este ver la vida a través de los ojos de una Limoges me ha resultado creíble, elegante, divertido… He disfrutado su lectura un par de veces, mientras tomaba un café en una taza sin pedigrí, pero amante de los buenos relatos. Ambas lo hemos celebrado juntas. ¡Nos ha encantado!

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado tu relato, casi podía podía ver a los personajes cobrando vida. Me has trasladado a compartir con ellos esos instantes tan simpaticos. Genial!!!!!

    ResponderEliminar
  3. Guau, lo has bordado Roberto, es un relato fantástico me a gustado mucho, Lilia.

    ResponderEliminar

Nos gusta saber tu opinión, sea cual sea. Déjanos un comentario. Gracias