jueves, 12 de febrero de 2015

RASTRO Alicia Carmen



         ¡Qué huella tan profunda me dejó ese amor juvenil! ¡Cuántas veces nos tendimos sobre el césped para mirar el firmamento! ¡Cuántos besos y tiernas caricias inocentes!  Él me tomaba de la mano y yo me sentía en el séptimo cielo.
         Al crecer y asumir responsabilidades, mi amado tomó el primer trabajo con mucha ilusión.  Lo mandaron a inspeccionar plantaciones de café y cacao.  Lamentablemente era novato y perdió el control de la avioneta.  Se estrelló.          Sufrí tanto hasta que lo encontraron abrasado en un amasijo de hierros retorcidos.  ¡Qué desesperación, Señor! ¿Cómo decirle a mi corazón que todo había acabado, que las ilusiones se habían ido para dejarme en un estado de total indefensión?  No pude evitar llorar lágrimas de sangre.  Sentí una dulce cascada que se deslizaba por mis mejillas.  Los sollozos me aturdían, me ahogaban…, pero el tiempo ha pasado.
         Ahora me consuela el recuerdo y tal vez leer otra vez el poema de William Wordsworth, que dice:

Aunque mis ojos ya no puedan ver
se puro destello
que en mi juventud me deslumbraba,
…aunque ya no pueda devolver
la hora del esplendor en la hierba,
                                          de la gloria en las flores,
                                       no hay que afligirse…
                                                        porque la belleza subsiste en el recuerdo






1 comentario:

  1. Tres imágenes y un título impuesto nos han traído de vuelta una historia de amor y su dulce recuerdo. Me ha encantado y he disfrutado mucho la referencia a la Oda a la Inmortalidad de William Wordsworth, que a su vez me ha regalado el recuerdo de una hermosa película, Esplendor en la hierba. Fructífera lectura la de tu relato, sin duda.

    ResponderEliminar

Nos gusta saber tu opinión, sea cual sea. Déjanos un comentario. Gracias