jueves, 19 de febrero de 2015

FIESTAS DE INVIERNO Lali Marcelino





            Así se llamaba en mis tiempos mozos porque la palabra Carnaval estaba prohibida. 
            En casa había un taller de costura; mi tía era modista.  Gitanas, payasos, damas antiguas, rumberas con sus lentejuelas, pedrerías, volantes y plumas, convivían con nosotros durante muchos meses.  Tampoco faltaban las torrijas para amenizar las horas diurnas y nocturnas. Nos dormíamos y nos despertábamos con el ruido de las máquinas de coser.
            Si el disfraz era recatado, podías participar de la fiesta y todo el que se disfrazaba llevaba su máscara o antifaz.  Hoy en día es raro ver una mascarita.
            A mi hermano le gustaba rizar el rizo con los disfraces.  En una ocasión, se disfrazó de oso y en la azotea de casa con cola hecha con papas, pelos recogidos en las peluquerías durante todo el año y sacos de papas, se hizo un disfraz que impresionó.  Otra vez, mi padre tuvo que ir a buscarlo a Comisaría porque la policía no lo dejó pasar del puente Serrador.  Iba disfrazado de cazador de una tribu lejana, llevaba todo el cuerpo pintado con betún negro y todo su atuendo consistía en un taparrabos, unos collares y una lanza; todo construido por él e, incluso, se había dejado crecer las melenas.  Su delito: escándalo público.  ¡Hay que ver qué diferencia con lo que ocurre en nuestros carnavales actuales!
            Una vez que todo se acepta y ya casi nada se prohíbe, nada queda de aquellas Fiestas de Invierno de antaño.




1 comentario:

  1. Me encantan las historias de ayer; viajar en el tiempo para descubrir de dónde venimos y cuánto hemos cambiado: me gusta pensar que la mayor parte de las veces para mejorar. Yo, particularmente, si he de elegir entre el exceso o la privación de libertad, siempre me decantaré por el albedrío. Gracias por traer historia y reflexión a este blog, Lali.

    ResponderEliminar

Nos gusta saber tu opinión, sea cual sea. Déjanos un comentario. Gracias