jueves, 14 de noviembre de 2013

EL REGRESO. De Esther Morales







Cuando voy a Maracaibo
 y empiezo a cruzar el puente,
siento una emoción tan grande
que se me nubla la mente.
Siento un nudo en la garganta
y el corazón se me salta
y sin darme cuenta pienso,
y sin querer estoy temblando.

Así cantan los maracuchos su gaita navideña, al son de tambores y furruco.
Hace tiempo, después de 20 años fuera de mi isla, cuando vine de visita y pisé el aeropuerto, sentí esa emoción y alegría. Su energía la sentía a medida que subíamos por la carretera y llegábamos a los pueblos. Cuando pasamos por San Andrés, mi alegría fue infinita: Jinama, Nisdafe, las paredes y cercados, El Bailadero de las Brujas, los pinos, hayas y brezos.

Cuando llegamos a San Salvador y se abrió un poco la bruma para dejar ver los Roques de Salmor, sentí lo que los maracuchos y su puente; el corazón me dio un vuelco y se nubló mi mente.


1 comentario:

  1. Me encantó tu relato y sé por qué: ¡me he sentido absolutamente reflejada en él!.

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