jueves, 28 de noviembre de 2013

EL MIRÓN de Esther Morales




La cocina del colegio daba a un patio trasero que, a su vez, se comunicaba con la entrada de un garaje, de la que nos separaba una  reja alta  con puerta que estaba siempre cerrada con llave.
En varias ocasiones veía a un hombre que se paraba en la reja y me observaba fijamente, con una mirada de loco en celo.  En esa época yo pecaba de vergonzosa e ingenua y no sabía lo que pasaba.
Un día, me di cuenta de que aquel hombre hacía movimientos extraños con una mano escondida entre sus pantalones, mientras no  dejaba de observarme con aquella mirada extraviada.  Entré al salón despavorida y mis compañeras, al verme llegar de esa manera, me preguntaron enseguida:
-¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando? ¡Estás pálida como un muerto!
Yo les conté lo que había visto y todas saltaron como resortes de sus asientos.  Una cogió unas tijeras, otra un palo, una tercera la escoba y juntas salieron a la calle tras él. 
No lo encontramos; se confundió entre la multitud y yo, al contarles que no era la primera vez que había visto a aquel hombre en la reja, quedé presa de las palabras de mis compañeras de clase.
-¡Eres pendeja, boba! ¿Cómo se te ocurre callarte?  Eso no se puede tolerar nunca.  Tú no eres culpable, el malo es él.

Después de todos los años transcurridos desde estos hechos, pienso que aquello fue una de las primeras lecciones de liberación femenina y de autoestima que me enseñaron.


1 comentario:

  1. Experiencia personal, seguro que compartida con más de una. Lo has contado muy bien, Esther.

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