jueves, 7 de febrero de 2013

ENCUENTROS de Ana R. Benítez




Patricia y Rodrigo estaban solos en la habitación; se habían asegurado de que nadie les viera juntos.  Ella le dice a Rodrigo que se siente mareada, con la sensación de que se va a caer.  Patricia pensaba que debía ser el efectos de las pastillas.
Rodrigo, amorosamente, le recuerda que ha estado muy enferma y que necesita comer bien y descansar para reponer fuerzas.  Ella, angustiada, le confiesa que no puede hacerlo sola y le ruega que no la deje sola todavía, que ella necesita su apoyo, su presencia.  Pero Rodrigo sabe que allí corre peligro, que irán a buscarlo si no se va.
Patricia se dirige a toda prisa hacia la puerta para no dejarlo marchar y le grita que no dejará que entren, que ella será su escudo y le pide, repetidamente, que la deje serlo.
Rodrigo siente la necesidad de estrecharla entre sus brazos, de besarla, de quererla, de cuidarla, pero sabe que debe marcharse.  Le mira a los ojos intensamente, y con un tono cargado de melancolía, le advierte que  ella sabe muy bien cual sería el final de la historia, si él hace lo que ella le pide. 
Y, claro que ella lo sabía.  Rodrigo tenía razón.
No le dio tiempo de salir de la habitación.  Los hombres de blanco entraron, esta vez con unas amarras.  Ya era la décima vez que escapaba de su celda –como él solía llamarla- del hospital psiquiátrico para colarse en la habitación de Patricia.


1 comentario:

  1. ¡Hay locuras tan cuerdas!, como la de Rodrigo. Y tanta locura suelta, disfrazada en aparente cordura, como la de Patricia. A veces la locura y la cordura se encuentran, porque se necesitan. A mi tu relato me habla de eso. Me ha gustado mucho tu relato, Ana.

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