Sí, así fue, me vendió por 30 monedas,
me da igual si eran de oro, de plata o de cobre.
Siempre pensé, y mucho antes de que
ocurriera, que todo lo provoqué yo y que a cada uno le tocó representar un
papel. Es cierto que me rodeé de proscritos, rebeldes y gente subversiva, que
estaba harta de padecer el yugo de la esclavitud y la opresión.
Me vi envuelto en un percance de tomo y
lomo, por decidir ayudar a gente necesitada, que llegaba y sigue llegando a
nuestras costas, sin importarles dejar
su vida en medio del mar, pero caí en mi propia trampa. Confié en quien
no debía y terminé peor que a los que intentaba salvar.
Un día terminé en las dependencias
policiales, (lugar al que acudía con frecuencia a dar la cara por estos pobres
que llegan buscando un futuro mejor) esposado, golpeado y detenido, pero sobre
todo decepcionado.
Lo que no entendí es que fuera él quien
me puso en manos de los mismos a los que criticaba y odiaba con todas sus
fuerzas, pero así es la vida, te ofrece lo bueno y lo malo para que decidas con
qué quedarte.
30 monedas de traición, ese fue el
precio a una amistad llena de vicisitudes, de compromisos, de humanidad, de
viajes sin saber si habría retorno. Ojalá hagas buen uso de ellas y te sirvan
sobre todo para recapacitar, reflexionar y acordarte de que nuestra amistad se
rompió por un mísero lingote de oro.
Muy bueno. Partiendo de un título de intertextualidad implícita, que todos entendemos como sinónimo de traición y deslealtad (texto bíblico), le has otorgado contemporaneidad, trasladando la idea a nuestros días. Buen trabajo.
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