jueves, 18 de febrero de 2016

LOS OBJETOS QUE DUERMEN* Roberto.es



         Llegamos de madrugada.  Las sombras, únicos testigos de nuestro regreso, nos observan, como alcahuetes, para gritarle nuestra llegada al amanecer.
         El caserón, en lo alto del pueblo, aparece vigilante, como encantado, cual viejo socarrón que, sentado en su colina, espera la vuelta de su estirpe.  Varias generaciones han sido amamantadas bajo sus recios techos, entre sus acogedores rincones, protegidas por firmes paredes cómplices de secretos inconfesables.  La mansión se despereza haciendo crujir sus anquilosadas vigas, para arroparnos en la fría noche con el calor de la omnipresente chimenea que nos arrulla con el crepitar de sus llamas.  Los muebles, durmientes, abren ahora sus puertas y cajones para mostrarnos lo que durante años han guardado con celo; antiguas vajillas, protagonistas de importantes acontecimientos familiares, vuelven a alimentarnos.  Cartas sepias, escondidas en gavetas, nos hablan de otros tiempos contando, tal vez, historias de amor no correspondido y ardientes pasiones en la clandestinidad.

         La vieja casa nos abre sus puertas como fuertes brazos que nos atraen hacia su interior: vientre caldeado que nos guarece para protegernos como mater amatísima  de los peligros de extramuros.  Ella es nuestro verdadero hogar…la creíamos muerta cuando, solamente dormía…


*Título tomado prestado de versos de José Hierro



1 comentario:

  1. Relato profuso en símiles y metáforas de gran fuerza descriptiva; tal vez porque ante un título tan lleno de poesía como este verso tomado prestado al poeta José Hierro (los objetos que duermen), difícil era sustraerse a su influjo.

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