jueves, 25 de febrero de 2016

ANHELO. Roberto ES.





         Fue un día como hoy: lluvioso y frío. En mis recuerdos, tan lejanos ya, lo veo… allí, de cuclillas, sonriéndome. Puedo sentir cómo abraza con sus poderosas  y acogedoras manos mis manos infantiles, inocentes, mis huérfanas manos…; y sus ojos, fijos en los míos como frágiles cristales a punto de estallar de emoción contenida, me prometen que algún día volverá.
         Esas imágenes que atesoro y a las que me aferro como un náufrago a un madero, permanecen intactas en  mi corazón, ángel custodio que las protege para evitar que sean pervertidas. Las rememoro constantemente, de una forma casi compulsiva; me alimento de ellas para que no se desvanezcan con el paso inexorable del tiempo que, implacable, se empeña en diluirlas.
         Me reflejo en el espejo que, indolente, me devuelve un rostro ajado, cansado y cano. Pero en mi interior habita un niño triste y desconsolado, esperando que en cualquier momento su padre abra la puerta y lo abrace, elevándolo por los aires con su risa clara, franca y llena de amor.
         La noche oscura invade mi habitación como un silente lamento. Estoy cansado, muy cansado; sólo deseo poder dormir; y albergo la esperanza de que el nuevo día me lo devuelva. Porque puede que mañana llueva, quizás, vuelva a llover…




1 comentario:

  1. Tristeza, nostalgia, melancolía; unidas en este relato que esconde un dolor que, tal como está contado, traspasa a quien lo lee

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