jueves, 21 de junio de 2012

LECTURA EN EL TREN de Ana R. Benítez




Tenía un largo recorrido por delante; un viaje en tren de ocho horas.  Mientras esperaba en la estación, me acerqué a un quiosco donde vendían revistas y libros.  Pensé que durante el largo tiempo de viaje podría leerme un libro, así que busqué entre las ofertas que tenía la tienda hasta que mi atención se fijó en un título:  CUENTOS NEGROS DE TRENES, del autor ruso Tolstoi.  ¡Qué casualidad!, pensé.  Un relato de trenes y escrito por un autor que, alguna vez leí que los aborrecía y que, por circunstancias del destino, vino a morir en una improvisada estación de trenes que, además, inmortalizó en el final de su famosa novela ANA KARENINA.  Resultaba del todo interesante.  Decido comprarlo, me subo al tren, tomo asiento y veo que en mi vagón sólo se encontraba una anciana haciendo su labor de calceta, con una rapidez extraordinaria.  Tanta que más que dos agujas parecían dos espadas que se estaban enfrentando por el amor de la lana.  Tan enfrascada estaba en su labor que apenas levantó la vista cuando yo entré.
Me dispuse a empezar la lectura de mi libro: “Vio como entraba en el vagón un extraño hombre con gabardina y sombrero negros…”.  Entonces oí como alguien entraba en el vagón, después de permanecer unos segundos en la puerta.  Levanté la vista y vi un caballero que, echando una rápida mirada, decide entrar. Cuando lo hace, me doy cuenta de que tiene las mismas características del personaje descrito en el libro además de una mirada fúnebre que me hizo apartar la vista.  El hombre se sentó en el asiento de enfrente. ¡Vaya! ¡Qué coincidencia!, pensé.  El protagonista del cuento había tenido las mismas sensaciones que yo sobre el nuevo pasajero.
Seguí leyendo: “El hombre extraño se ausentó del vagón unos minutos…”. Con cautela, alcé la vista del libro y la dirigí al asiento de enfrente y… el hombre no está.  Al comprobarlo, sentí un desasosiego que pronto se convirtió en miedo.  Aquello ya no podía ser mera coincidencia.  La incertidumbre me llevó otra vez a la lectura: “se oyó un grito ensordecedor”.  ¿Lo había leído, lo había escuchado? Ya no sabía qué era ficción o realidad.  Miré a la anciana que estaba a su lado y parecía no haber oído nada; ni se había inmutado.  ¡Qué alivio!, pensé. ¡Ya estoy paranoico! ¡Tranquilízate que todavía quedan muchas horas de viaje!, me dije.  Seguí leyendo: “La viejecita de al lado, dura de oído, no oyó nada”.  Me quedé paralizado, el sudor manaba de mis manos de tal forma que las hojas del libro estaban empapadas.  ¿Qué hago? ¿Qué sucederá ahora?, me pregunté.  Tengo que saber qué va a pasar.  Con las manos temblorosas, cogí el libro y… ¡no puede ser!, esto debe de ser una broma pero… ¿de quién? ¿qué hago yo ahora?.  Abrí el libro otra vez para buscar respuestas y entonces supe que me había dejado solo ante el destino.  Leí:
Ya el libro no le acompañaría en su largo viaje porque las páginas siguientes y hasta el final aparecían en blanco…”

2 comentarios:

  1. Excelente historia. Supiste captar perfectamente la atmósfera que se pedía para este relato. Geniales las referencias literarias.

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  2. Felicidades Ana.
    Te ha quedado un excelente relato, creado de lo
    inexistente, un saludo David

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