Tenía un
bello jardín lleno de flores: rosas, margaritas, narcisos, geranios. También había árboles como el naranjo o el
almendro que en plena época de primavera estaban floridos. Alicia se recreaba en su jardín. Se levantaba bien temprano por las mañanas
para regar las flores, los tomateros, las espinacas y esas hierbas aromáticas
para hacer tisanas que le gustaba cultivar.
Aquella era su afición favorita.
Hacía unos
días que Alicia venía observando que por las noches alguien debía estar
entrando a su jardín a escondidas, pues sus espinacas amanecían pisoteadas y
algunos tomateros habían caído al suelo.
Se propuso, entonces, vigilar para descubrir al autor de aquel
estropicio.
Sentada en
su terraza, a oscuras, Alicia fue testigo de una cita de amor; no una pareja,
un trío que, entre las plantas, realizaba sus ceremonias de cortejo. Él llegaba primero y, en su idioma, llamaba
por ellas: dos gatas muy zalameras que acudían al encuentro y entre carreras
van carreras vienen, enamoraban sobre las plantas del jardín. Así fue como Alicia se enteró de quien era el
intruso.
Un relato muy simpático que, para mantener la identidad del intruso en secreto y darle más suspense, es mejor desvelarlo al final. Muy bien
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