jueves, 24 de mayo de 2012

EL INTRUSO de Águeda Hernández





En una noche veraniega, en una reunión de amigos, se termina hablando del pasado. Es como una tradición.  Esta vez fue Linda quien contaba lo siguiente:
“Tenía yo doce años cuando perdí a mi amiga, mi primerísima mejor amiga.  La perdí y nunca más la encontré.  Lucy era una niña especial.  Buena parte del tiempo que compartimos, lo pasamos en el huerto trasero de mi casa, donde había un columpio perfecto; alto, grande y muy bien afianzado al suelo, como que era artesanal, claro, hecho por las manos de algún abuelo.  Desde muy temprano, nos turnábamos: una empujaba, la otra se mecía, más y más alto y así sin parar.
En una ocasión, ya era casi de noche cuando la mamá de Lucy le gritó que volviera a casa de inmediato para ver lo que su padre le había traído.
-Mamá, está bien, ya voy- le respondió
Caminamos juntas y cuando al fin llegó a la puerta de su casa, se volvió sonriendo, me hizo una seña con el pulgar hacia arriba, como hacen los campeones, entró, cerró la puerta de malla, ¡zas!.  Aquel fue el último día que jugué con Lucy.
Iba a buscarla todos los días a su casa y era su madre quien salía siempre para decirme que Lucy no podía salir, que estaba muy ocupada para jugar.  ¿Qué cosas podían separar a tan buenas amigas?.  Era imposible.  Su pulgar me había confirmado que todo estaba bien.  Lloré y lloré.
Quizá nunca hubiera sabido lo que ocurrió, si una mañana después no hubiera oído a mi madre hacer un comentario a mi padre:
-Tal vez la niña se consuele de la ausencia de Lucy, si adquiriéramos también un televisor…
-¡¿Un qué…?!- exclamé yo
¿Qué rayos era un televisor?.  Yo era tan lista que, inmediatamente, deduje que el padre de Lucy había llevado a su casa al intruso, ese intruso llamado televisor.  Fue así como supe la causa de la ausencia de mi amiga.  El intruso televisor se la había comido.  Debía haber sido terrible y mis padres querían comprarme uno. Asustada, llena de miedo, pensaba que de seguro ellos ignoraban lo que el televisor era capaz de hacer.
-El televisor se come a la gente- les advertí-.  El intruso no se irá de nuestra casa.
-No, Linda- me respondió mi madre riendo- ¡No se come a la gente!, te va a encantar tener uno, igual que a Lucy.
Pasado un mes de esto, al llegar a casa después de jugar sola en el columpio, vi una caja vacía en el piso del salón. Al levantar la cabeza, justo frente de mi, lo ví. ¿Qué ven mis ojos?. Sí, el intruso instalado en mi casa.
Traté de huir y me encontré a mi madre que estaba riéndose de mi reacción:
-¿Ves?-me dijo-.  La televisión no se come a la gente.
-Quizá no, pero la cambia- le dije. 
A nuestra familia sí la transformó para siempre.  Dejamos de cenar en el comedor cuando mamá descubrió las bandejitas individuales, idóneas para comer frente al televisor.  Ya no conversábamos, el televisor tenía la palabra. Ni al acostarme por las noches, escuchaba a mis padres hablar juntos en su dormitorio, ni sus voces me arrullaban hasta quedarme dormida.  Con doce años yo podía haber estado trepando a los árboles, montando en bici o seguir esperando a que mi amiga volviera a jugar conmigo en el columpio, pero desde que llegó a nuestra casa el intruso, la vida giraba alrededor de de una caja de 19 pulgadas.
Y sí, de mi amiga Lucy no volví a saber nada.


1 comentario:

  1. Muy buena historia. Efectivamente la llegada de este tirano intruso cambió la vida de todos para siempre

    ResponderEliminar

Nos gusta saber tu opinión, sea cual sea. Déjanos un comentario. Gracias