jueves, 19 de septiembre de 2013

LA OTRA de Lilia Martín Abreu




(Relato finalista Concurso Narrativa HERTE 2012)


De pronto fue como si el mundo se pusiera al revés para Carmen.  Cuando llamaron a la puerta y ágilmente acudió a abrir en bata, pantuflas y un tanto despeinada, se llevó una gran sorpresa al encontrarse ante ella a una mujer de un porte elegante y figura espectacular, de esas que no pasan desapercibidas y la gente da la vuelta al verla pasar.  Iba enfundada en un traje que le ceñía el talle y la hacía lucir cual portada de revista, exhibiendo una brillante melena que le realzaba aún más, si cabe, sus mechas en tono ceniza.  Llevaba también unas gafas de sol modelo aviador que le daban un toque interesante, a la vez que actual, subida a unos tacones de vértigo y en sus manos, un selecto bolso del diseñador Louis Vuitton, que daba envidia solo verlo, y todo aquello perfumado con el inconfundible aroma de Chanel número cinco.
Ante tanto glamur y derroche de buen gusto condensado en la persona que tenía delante, Carmen se sintió como trapo de limpiar suelos y quedó que no sabía dónde meterse, ni qué hacer en tal situación.  La mujer la observó con interés, diciéndole:
-Hola, Carmen, ¿Cómo estás?
Más perpleja quedó Carmen que, confundida, le contestó:
-Perdón, ¿nos conocemos?
La forastera la contempló serena, dedicándole una amplia sonrisa, como de alguien que se encuentra a gusto con su cuerpo y en paz con la vida.  Segura de sí misma, le contestó:
-Claro que nos conocemos, Carmen, ¡y tanto! Soy Manolo, tu ex marido, el padre de tus hijos, que vengo a verlos!
La mirada que Carmen le dedicó fue impagable, seguida de una súbita palidez, quedando inmóvil, como si quisiera atrapar palabras al vuelo, que no conseguía que afloraran en su boca y, cuando al fin pudo gesticular palabra, lo que emergió a sus labios fue un leve balbuceo, nada inteligible.
Ella llevaba cinco años sin saber de Manolo y, solo en ese momento, comprendió en lo que él había estado ocupado.  Esa talla cien de sujetador no florece de la noche a la mañana.  Cavilaba Carmen mientras le observaba incrédula y especulaba ¿y con éste me casé yo?  Y si algo me enamoró de él es que era tan varonil y seductor, ¿cómo no pude darme cuenta antes?  Es que la verdad siempre he sido una tonta, pensaba Carmen, a quien la cabeza le funcionaba como una centrifugadora a alta velocidad.
Había permanecido cinco años intoxicada de rabia por el mutismo de Manolo ante sus hijos y gestaba esa hambre de coraje que nada tiene que ver con el estómago, pero que se la estaba comiendo por dentro.

Un sudor frío la estremeció al pensar en sus hijos, el cómo explicarles a unos niños el nuevo físico de su padre, esa nueva preocupación le hizo dulcificar el rencor contra Manolo.  Para ver cómo afrontaban la nueva noticia que tenían que comunicar a los niños.  Ella sabía de sobra que, fuera lo que fuera, Manolo no dejaba de ser el padre de sus hijos y, sobre todas las cosas, ella lo tenía que respetar.





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