Yo estaba allí. Todavía no me he
recuperado del susto; fue horrible… Era un atardecer desapacible; tenía mucho
frío, y allí, encogido por la pena, añoraba mi casa, mi familia, sentados
alrededor de la mesa ante un plato de sopa caliente. De pronto, un estruendo
ensordecedor me sacó de aquellos entrañables pensamientos… Se me encogió el
alma. Por unos segundos creí que estaba en mi país, en la Universidad, donde
los últimos bombardeos aceleraron mi desquiciada huida dejando atrás una vida
de trabajo docente prohibida por el régimen bajo pena de muerte… Marché sin mirar atrás… No sabía lo que pasaba. En la confusión, la
gente corría sin saber qué hacer ni adonde ir en aquella angustiosa
incertidumbre. A esas explosiones siguieron otras y entonces pude escuchar,
aterrorizado, los gritos de socorro de algunos pasajeros de aquel endemoniado
barco. Algunas personas de la Alameda, se lanzaron al agua para tratar de
ayudar a los hombres y mujeres que intentaban alejarse de aquel infierno.
También yo tuve el mismo impulso pero, por desgracia no sé nadar. Pronto se
empezaron a oír sirenas que se aproximaban al lugar del accidente. De repente,
alguien me dijo: ¡muchacho vete de aquí o tendrás problemas!. Era un anciano
que me observaba desde hacía rato. El miedo a ser detenido y devuelto a mi país
hizo que saliera corriendo de aquel lugar, pues el color de piel delataba mi
condición de exiliado. También era yo un superviviente de un viaje sin retorno
donde, hacinados en una patera, muchos de mis compatriotas perdieron la única
pertenencia que les quedaba: su propia vida…
Me gusta la perspectiva desde la que cuentas el suceso. El título resume lo que motivó al protagonista a quedarse paralizado ante los hechos, pero también miedo es lo que el lector entiende que mueve el relato.
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