Él se había
cansado de decirle que no tenía ninguno.
-Como su
mismo nombre indica, eso es cosa de débiles –repetía Patricio cuando se disponía
a abandonar aquel lugar.
Fátima creía
que aquello la podía ayudar, a pesar de que no estaba bien visto por la
sociedad. Ella sabía que, en sus fiestas
privadas, su marido –de vez en cuando – consumía…, pero él nunca lo reconoció.
Aquella
situación le causaba un dolor tan atroz que su alma por momentos se
ausentaba. Era capaz de arañar con su mirada todo aquello que no
sufriera como ella. Se había convertido
en un tormento.
Recluida
entre aquellas cuatro paredes y aislada de su vida, pasaba el tiempo, ausente
de la realidad; como si nada tuviera sentido para ella.
A su esposo
lo sentía cada vez más lejos y todos los demás eran extraños. No quería ver a nadie, ni que nadie la viera
así. Su vida estaba tan al borde del
horizonte que… sonaban campanas de despedida.
La idea del
viaje para alejarse de tan tortuoso camino, la hacía pensar constantemente en
la partida. Vislumbraba el descanso
físico y la liberación de aquel dolor, que segundo a segundo, minuto a minuto,
le robaba el aliento.
Ya, en medio
del viaje, sintió alivio seguido de un confortable calor…Era como si sintiera
una hermosa melodía que la transportaba al lugar de sus sueños, aquellos en los
que se refugiaba a menudo, cuando necesitaba aislarse de este mundo, tantas
veces injusto.
Sentía una
paz confortable y enseguida comprendió que había vuelto al origen al que su
alma pertenecía…
Sin duda, Patricio es el punto débil de la protagonista de este relato de final intencionadamente confuso, para ofrecer al lector la posibilidad de elegir el destino de ese viaje del que se nos habla
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