Le tomó dos días subir
la montaña más alta para pescar los mejores atunes; con una rama fina en forma
de mujer y un cordón hizo una caña que lanzó al mar de sus memorias.
-¡Dios mío!, pero que
harta me tienes.
Los atunes rosados
brotaban del agua salada, una vez que el botón de su camisa, a modo de anzuelo,
tocaba el agua: ya tenía quinientos atunes de trescientos kilos, saltando sobre
la fresca hierba de esos parajes montañosos.
-¿Por qué me haces
esto? ¡Dime!
Con tan tremendo
cargamento, pidió ayuda a una caravana de camellos que, de entre la nieve,
apareció. Un ángel negro con alas
doradas era el líder que, en un abrir y cerrar de ojos, cargó cada uno de los
peces, a cambio de su espectacular caña.
-Desde luego, contigo
siempre lo mismo.
En cinco minutos,
llegaron; Tokio era la mejor ciudad para
vender ese atún de río. Se iba a forrar,
pensaba frotándose las manos. La cabeza
le dolía, pues una y otra vez, las voces le decían lo inútil que era, pero esta
vez iba a triunfar.
-No me puedo creer que
sigas y sigas. Un día te encontramos
muerto en la calle, ahogado en tu propio vómito.
Una vez que se callaron
las voces, negoció hasta conseguir dos millones de yenes. Con el dinero le compró a su mujer un palacio
en Oriente y unos zapatos de cristal y esmeraldas.
Llegó, a su quinto sin
ascensor, entusiasmado y feliz, pero cuando tocó la puerta, oyó las voces
todavía más cerca y, un cubo de agua fría, le dio la bienvenida.
-Un día de estos te
dejo, ¡te lo promete! Y cuando no me veas, ¡ya me extrañarás!
Y allí, bajo el agua
del grifo de la bañera y vestido de arriba abajo, le volvió a prometer a su
mujer que no volvería a beber.
Excelente microrrelato que, in crescendo, nos acerca a un mundo de imágenes oníricas, que abre interrogantes en el lector, quien para su deleite, solo verá desvelado el origen de las Voces del título, al final. Muy logrado, Lourdes.
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