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Desechando la
vereda principal que se ve desde lejos, subí por el lado que da al mar; la
parte sur. Subí pensando que era más cerca para después bajar por el lado
norte que es la vereda principal.
Era una tarde
de otoño en las que el sol se pone pronto y cae la noche temprano, pero yo,
arriesgada, no tenía miedo. Quería ver el paisaje desde lo alto, porque es
hermosísimo con los últimos rayos de sol sobre el Valle de Güimar, Candelaria,
Arafo y todo el mar en su esplendor bordeando sus costas; es todo un espectáculo.
Entré a su cráter que todavía tiene los troncos de una higuera y otros matojos
en el fondo.
Era tal mi
embelesamiento que no me di cuenta de que ya era casi de noche. Empecé a buscar
la vereda para bajar pero, todo fue en vano, no la encontré por más vueltas que
di. Al fin no me quedó otra solución que bajar por el rodadero por el que bajan
los jóvenes cuando es la romería del Socorro. Para mi sorpresa, eso fue lo
divertido, ¡tenía que bajar por allí!, y
me sentí como una niña pequeña, disfrutando cuando el calzado se enterraba en
el picón y mi cuerpo se aceleraba.
Si escalar es
divertido, bajar es alucinante.
Escalar montañas, admirar paisajes, aventurarse por caminos nuevos, mantiene el espíritu joven, me parece. Geniales son tus paseos en contacto con la naturaleza
ResponderEliminarGrandiosas y alucinantes son tus aventuras, enhorabuena
ResponderEliminarQue aventura tan impresionante, da envidia no haberla tenido. Alicia
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