Ahora fue cuando
lo vio todo claro, todos los avisos que, en su momento, ignoró uno a uno.
A los doce años,
dejaba que llegara a casa a las once de la noche; él, mientras, veía la tele.
A los trece,
rondaba con lo peor del barrio; él pensaba que eso lo espabilaba.
A los catorce,
tuvo su primera borrachera; nada que él no hubiera hecho antes.
A los quince,
llegaba con los ojos rojos como cerezas; él recordó que esa vez sí se preocupó,
pero veía la tele.
A los dieciséis,
llegaba a las dos de la mañana y quería trabajar; él se recordó agobiado, pero
no hizo nada.
A los
diecisiete, bajó de peso drásticamente; él trabajaba mucho y estaba cansado.
A los dieciocho,
desapareció nueve meses, pero como llamaba todos los viernes, él siguió viendo
la tele.
A los
diecinueve, volvió hecho un adefesio; él pensó que la juventud no se da cuenta.
A los veinte, lo
echaron de su primer trabajo; él le dijo que era una mierda.
A los veintiuno,
por primera vez le pidió ayuda; él le dio un dinero para que se fuera una
temporada.
A los veintidós,
le presentó a su hijo de cuatro años; él le preguntó de dónde había salido la
yonki de madre.
A los
veintitrés, se sentó a su lado y le dijo que quería cambiar por su hijo, que
quería luchar por él, que quería verlo crecer sano y salvo. Él, sorprendido, no dijo nada.
Ahora, a los
veinticuatro años, después de tirar un puñado de tierra sobre la caja que
contiene el cuerpo de su hijo, cae desplomado pidiendo a los presentes un
momento de soledad, a partir de este momento él lo ve todo claro; no volverá a
equivocarse.
Relato de original e interesante estructura, que crece con un ritmo narrativo perfecto para, llevarnos línea a línea por una trama desgarradora, sin abusar en absoluto de lugares comunes, ni tópicos, ni innecesarios efectos lacrimosos. No puede ser mejor tu entrada en nuestro taller y en nuestro blog. Bienvenida, Lourdes.
ResponderEliminarBienvenida al taller Lourdes. Magnifico tu relato te felicito.
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