Como de costumbre,
tanteé el camino hacia el aseo; remojé mis aún cerrados ojos en el agua fresca
y noté, por primera vez, la pesadez de mi cuerpo. Seguí mi rutina y, con más torpeza de la
habitual, conseguí servirme el desayuno. ¡Qué tonto me había levantado esa mañana!. En un intento de desperezarme, recorrí toda
la habitación. Cuanto más caminaba, más
pesado se volvía mi cuerpo. Estaba a
punto de desfallecer, cuando conseguí ver mi reflejo en el espejo. No podía creer lo que estaba viendo y, por
segunda vez, en un ensayo por despertarme de aquella pesadilla, me propuse
repetir las palabras que… ¡tan bien!... había aprendido. Intento fallido porque, bien es sabido que
las tortugas no son loros.
Zule, visitas nuestro taller no con tanta frecuencia como desearíamos –tus estudios son lo primero – pero, cuando lo haces, siempre nos dejas estos destellos de tu luz narrativa. ¡Qué buen microrrelato! Bueno, por la simbología que has pretendido esconder en él, pero más allá de eso también. Tienes una habilidad para contar con solo mostrar; virtud esencial de los contadores de historias brevísimas pero intensas. No tardes en volver.
ResponderEliminarGenial, como ella misma.Autentica: historia y narradora.
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