El espectáculo
no fue como esperaba. Sonia siempre había creído que el primer día que se
presentara ante el gran público sería maravilloso, pues haría lo que más le
gustaba, lo que siempre había deseado. Pero los nervios se apoderaron de ella.
La impresionante pista le pareció como
la arena de un circo romano que la expusiera a los salvajes leones; la música
le era difusa y ajena, y la luz hiriente que despedían los focos, deslumbraba y
atontaba sus sentidos.
Trataba de
sincronizar, no sin dificultad, giros y equilibrios, ejecutando las acrobacias
con angustiosa aprensión.
El miedo escénico,
hasta ahora desconocido para ella, se apoderó de su espíritu, envolviéndola en
un mortal abrazo que paralizó su cuerpo haciendo de ella una marioneta sin
alma.
Pero pronto,
todos sus terrores quedaron atrás y Sonia irrumpía en la pista deslumbrante,
embriagadora y sensual, con total dominio de su cuerpo, ejecutando, ahora
magistralmente, los movimientos que cortaban el aire con el contorno de su
afilado perfil.
El circo lo
era todo para ella: un veneno necesario aunque a veces amargo; vital para su existencia.
No entendía su vida sin sentir el vacío bajo sus pies y el vértigo de todo su
ser, cuando, como una diosa, emergía en aquel círculo mágico y volcaba en el
público, sediento de primarias emociones, toda su esencia interior en una
perfecta comunión de delicados gestos, aferraba los sentidos de todas aquellas asombradas almas a
los duros asientos de hormigón.
Pero, fuera de
la carpa, la Sonia mortal tenía una vida triste, plana, descolorida.
Su frágil
corazón, víctima de perversos desengaños, rezumaba lágrimas de antiguas
cicatrices, de remotas penas, y lloraba la ausencia de manos que lo besaran, de
labios que lo acariciaran. Sepultado bajo espesas capas de rencor, despecho e
indiferencia negaba cualquier esperanza de amor a su maltratado espíritu;
condenándolo a la más desierta e ingrata soledad para el resto de su existencia.
Sonia se
aferraba a su mundo del circo. Esa nueva
vida construida sobre las ruinas de la anterior, donde se encontraba segura y
arropada por su peculiar familia; ellos,
que la adoraban, le entregaban todo el amor que necesitaba.
Llegó al circo
para vivir y en el circo quería morir.
Allí había
encontrado algo parecido a la felicidad. Subida al trapecio tocaba el cielo;
era la reina del mundo, de su mundo, donde su sangre arrolladora, palpitaba en
sus sienes; y era en ese momento de ingravidez, cuando todo a su alrededor se
ralentizaba y le parecía flotar…., como a cámara lenta. Entonces, y solo
entonces, encontraba la paz.
Sonia deseaba
que el último día de su existencia la encontrara balanceándose en su querido
trapecio. Este y no otro era su lugar. Mientras, en la pista, el maestro de
ceremonias proclamaría ante su amado público:
-¡Aquí vivió
Sonia, la diosa del trapecio y estará siempre entre nosotros
¡Que continúe
el espectáculo!.
Circo: palabra de jugosa dualidad que tú has sabido aprovechar para construir un relato donde el circo de la vida y la vida del circo se dan la mano, incluso más allá del final.
ResponderEliminarTienes una imaginación prodigiosa, me encanta cuando la dejas escapar.
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