María se casa muy joven y se va con su esposo a otro
país. Lo sintió mucho porque nunca se
había separado de su madre.
Trabajaban toda la semana y los domingos iban juntos al Cine Colón a ver películas
mejicanas. Eran jóvenes y así fueron
pasando por los veinte, por los treinta, por los cuarenta… Cuando María llegó a los sesenta, decidieron
regresar a su tierra pero ya la juventud se había ido y la ilusión parecía
haberse ido con ella, también, por la temprana ausencia del esposo. Salía a
pasear pero los pies le pesaban mucho,
se cansaban…
Pero, alguna transformación ocurrió en ella, porque ahora, a
los setenta y piquito se vuelve a sentir joven otra vez, disfruta de sus hijos
ya mayores y de sus nietos, sale de excursión con las amigas y, aunque le
siguen pesando mucho los pies, no para.
Ella piensa que ahora está… ¡en su tercera juventud!
Bravo por María y ese espíritu joven que la mantiene en contacto con la ilusión por vivir y por contarnos historias como esta. Un abrazo.
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