Félix, ataviado con su
elegante traje hecho a medida, sus zapatos de diseño y su sobrio maletín de
cuero, entró a su despacho, como cada día.
-Sofía, tráigame el expediente, en el que estaba
trabajando ayer, ¡y lo quiero ahora!, y páseme la llamada que le pedí antes, ¿aún
no la tiene? – dijo con dureza.
La temblorosa
asistente, corrió al teléfono y, presurosa, le comunicó la llamada, desapareciendo
de inmediato en busca de lo solicitado. Mejor hacerlo rápido, si no, tendría
que enfrentarse a la conocida ira de su jefe.
En la pared de su
oficina, colgados en un perfecto orden, se podían ver sus logros personales: Al
mejor director de empresa, Al hombre de Negocios del año según la revista
Forbes, Al más popular según el Times; y así un buen número de distinciones, que
él allí, sentado en su silla de cuero, observaba con deleite, mientras
saboreaba su taza de café.
Solía vérsele recorriendo
la empresa, intimidando con sus órdenes y sus exigencias a todo el que se le pusiera por delante. La
mayoría del personal lo detestaba por su carácter duro y exigente.
Tenía el poder de, con
sólo estampar su firma en un papel, destruir empresas y con ello, el futuro de
personas; cosa que solía hacer sin el menor atisbo de remordimiento.
Cierto día, uno de sus
empleados -voluntario de una ONG-, acudió a un centro social; ayudaría en la labor de atender a las
personas que asistían allí para alimentarse de forma gratuita. Su sorpresa fue
enorme al ver a su jefe en aquel lugar. Estaba al fondo del gran salón y llevaba puesto, ya
no su elegante traje, sino un humilde delantal blanco. Repartía -con alegría y
generosidad- a cada indigente que le extendía su plato, el alimento que cogía de una gran olla que
tenía a su lado. Su rostro dibujaba una
amplia sonrisa que regalaba a todos los que pasaban delante de él. El empleado
quedó perplejo.
Pero lo que más le
impresionó fue que, allí mismo, encima de la puerta de entrada, pudo ver una
placa conmemorativa que decía, “A nuestro fundador y constante proveedor, Don
Félix Guerrero, sin el cual, no podríamos existir”.
Cordero disfrazado con piel de lobo, al contrario de lo que suele pasar; en una especie de doble personalidad del todo benigna pues, la oscura no parece hacer excesivo daño, mientras que la escondida tras esa capa de mal genio, nos habla de la generosidad más absoluta que da título al relato. Buen trabajo.
ResponderEliminarUn buen final para una buena historia. Te felicito.
ResponderEliminarUn relato que nos muestra esa dicotomia entre lo que parece y lo que es.Te felicito, pues el reto era muy complicado. Un abrazo.
ResponderEliminarCarmen esta tecnología me estresa. El comentario anterior es mío .Soy Roberto.
ResponderEliminarGracias por sus generosos comentarios. Yo sigo intentando aprender más, para cada día intentar hacerlo mejor y, de todos ustedes aprendo muchísimo. Un abrazo.
ResponderEliminarCarmen, nunca pude imaginar ese final, pero pensándolo bien quizás he conocido personas parecidas . Los humanos somos muy complicados . Felicitaciones por explicarlo tan bien . Alicia.
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