Era una persona ceñuda,
mal encarada; trataba con desprecio a sus vecinos. Masticaba la rabia que le producía su
insoportable existencia; detestaba el mundo y a los que en él habitaban.
Todos los días al alba,
salía de su casa para regresar al atardecer.
Con su falda de cuadros y calcetines hasta la pantorrilla, proyectaba
una patética imagen de colegiala trasnochada…; ¡rayaba los setenta!.
En el vecindario, su
extravagancia era motivo de mofa y, aunque le temían –pues creían que poseía un
alma perversa –les intrigaba su enigmática y extraña vida.
Pero, había alguien que
conocía su historia: el guarda del cementerio donde acudía a diario le
veía penar en un sepulcro. Allí,
ataviado con el kilt escocés que a ella tanto le gustaba, lloraba sin consuelo
la irreparable ausencia de su querida y amada esposa.
De este relato, destaco el doble giro de tuerca del final: cuando creíamos que el enigma estaba resuelto, nos encontramos con la sorpresa de una identidad que, al menos yo, no intuí en mi lectura. Muy bien.
ResponderEliminarUN precioso relato. Con un final muy emotivo, un abrazo.
ResponderEliminarBuenísima la forma en que desarrollarse este tema, final con doble sorpresa. Como siempre, estupendo. Te felicito.
ResponderEliminarPues Roberto, me he quedado impresionada con este relato , no esperaba este final has sabido mantener la intriga todo el tiempo . Tienes madera de gran narrador. Felicidades . Alicia.
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