En los dos últimos
días, me tuve que desintoxicar de tantas peticiones, me refugié en la más
estricta intimidad, sobre todo mis pensamientos y, a las pocas horas y cinco
copas de vino más tarde, caí en la conclusión de que había una palabra que
resumía todos los deseos: felicidad; iba a desear felicidad para todos. Un deseo, sólo uno y era la felicidad.
Llegó el gran
día. No había dormido en toda la noche,
ni la anterior tampoco. Había un asunto acerca
de mi deseo que me tenía preocupada: ¿y si alguien para ser feliz tenía que
hacer daño a otro? No sé, un asesino en
serie, un dirigente sin escrúpulos… Tres
horas más tarde, antes del momento más importante de mi vida, tenía esas
grandes dudas.
Miles de personas se
agolpaban para ver mi veredicto. Era increíble.
El coche apenas podía pasar entre la
multitud. Cuatro pantallas gigantes
circundaban la plaza donde la gente vería mi decisión en directo; el acto era
televisado a nivel mundial y no era para menos.
Subí los dos escalones
tranquila aunque algo inquieta por tanta expectación y di los buenos días al
tribunal. Un minuto más tarde,
formalmente, me pidieron que me pronunciara.
Empecé resumiendo el tormento que había pasado estos días. Lo fatigoso que era pensar en todo el mundo,
lo que me dolía la cabeza de analizar todas y cada una de las palabras que
había oído durante esos días.
-Señores, hasta estos
últimos momentos no lo tenía claro y como no lo tengo claro, tribunal, ¡deseo
tener otros diez deseos!
Inteligente decisión final, para un relato de tensión bien llevada y dosificada. Buen ritmo narrativo.
ResponderEliminarMuy ocurrente, ha sido esplendido, te felicito.
ResponderEliminar