Está en su pasado.
Se pasea por él. Sabe exactamente
donde va; dirige sus pasos hacia aquel preciso instante en que, de pie junto a
la puerta de embarque, se despide. Sabe
que esta separación será para siempre. Con lágrimas retenidas y un nudo en su
garganta, se marcha sin articular palabra, sin mirar atrás. Sube, lánguidamente, las escalerillas que la
llevan al avión. Algo súbito hace que se
detenga. Mira la flor que lleva en su mano y, con resolución, exclama que esa
vez será diferente. Inspira con
fuerza y siguiendo sus impulsos, corre
escalera abajo. Atraviesa la sala de
embarque y el hall del aeropuerto apresuradamente. Así, llega a la calle. Allí está, con su tez dorada por el sol, con
la sonrisa que la enamoró el primer día, su voz profunda y sus manos seductoras. Se miran.
No hacen falta palabras. Ambos
entienden que esta vez, aquel para siempre lo vivirán juntos.
Se respira ese arrebato que sólo conoce la juventud pero, quien lo vivió, conecta con ese sentimiento inmediatamente, para reconstruirlo y, quien lo lee corre escaleras abajo deprisa, para abrazarnos a él. Me gusta.
ResponderEliminarQué relato tan hermoso , quien tuviera esos años para vivir algo así. Felicitaciones. Alicia.
ResponderEliminarUn gran amor, que pena, que la distancia hubiese terminado con el, gracias a la profesora que te ha dado una segunda oportunidad que estoy segura, la protagonista sabrá aprovechar.Un abrazo muy fuerte.
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