Era una mujer como otra
cualquiera, si no hubiera sido por sus virtudes como devota. Iba a misa todos los domingos y su actitud
sufrida le hacía parecer una víctima de las circunstancias. “La pobre”, decían
cuando se marchaba de la tienda, tras contarle a la persona de detrás del
mostrador todas sus penalidades… Iba para santa y probablemente la hubieran
canonizado, de no haber cometido algunos evidentes fallos que, ella justificaba
con el enorme padecimiento sufrido a lo largo de su historia. Empezando por aquella triste infancia;
aquella madre fría y hostil que la había puesto a trabajar como empleada
doméstica; aquella madre que solo tenía sentimientos para su hija pequeña. La vida era muy dura en ese entonces ¡pero
nadie había sufrido como ella!.
Esa independencia
temprana le dio la oportunidad de emanciparse, de irse a otro estado y de
realizar la vida casándose y formando una familia. Pero…, como las hijas se parecen a las madres…¡pobrecita!,
seguía siendo una víctima de las hijas mayores, a las que había espantado con
su conducta cruel y despótica para que se buscasen la vida. ¡Menos mal que sus hijos pequeños la
comprendían!
Excelente retrato el de esta Sor Virtudes que, sin necesidad de adjetivación, se va dibujando a sí misma, a través de sus actos. Me gustó también la acidez teñida de ironía de la voz narrativa, que le aporta al relato cuerpo y regusto.
ResponderEliminarTatiana me ha parecido muy interesante tu relato , me ha impactado de verdad y también como lo has contado. Felicidades. Alicia
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