Recuerdo aquellos años en los que toda la familia celebraba
junta las fiestas de Nuestra Señora de la Luz.
Nos reuníamos para ir a ver a la virgen, montados en la camioneta de mi
abuelo y tras la celebración, nos íbamos a comer en el campo, debajo de un
árbol.
A mi padre, que le gustaba sembrar de todo, en una de esas
ocasiones, se llevó dos piñones de aquel árbol bajo el que comíamos, para
sembrarlos en una caña. Cuando el árbol
fue creciendo, lo adornábamos en Navidad.
Eso ocurrió hasta que el árbol fue demasiado grande. Entonces, mi padre decidió sembrarlo de nuevo
en la plaza del Santo Hermano Pedro.
Cuando ahora paso por ese lugar, veo el árbol tan bonito que
siento que mi padre está allí.
Carmen, me emocionó escuchar este relato de tu voz en el taller, tanto como ahora que lo transcribo. Rebosa autenticidad y ternura. No dejes de seguir contándonos historias tan dulces y bonitas.
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