Estoy sentada en el quicio de un portal cualquiera, con la
mente perdida, cabizbajo, con la mano tendida, cuando siento resbalar por ella
unas monedas. Levanto la cabeza. Doy las
gracias y, al hacerlo, me impacta lo que veo.
¿Quién pudiera retroceder en el tiempo, volver a empezar,
regresar al mundo en que viví? Vivir de nuevo con esa persona que ya no está
conmigo. ¡Tuve tanto! La vida se encarga
de ponerte en tu lugar. ¡Desprecié a
tanta gente, incluso a mis hermanos y sobrinos!. Por aquel entonces no quería
que mis amigos supieran de dónde venía, que mis orígenes eran humildes.
Hoy, al sentir estas monedas en mis manos y reconocer al hijo
de mi hermano en la persona que me las da, sin que se haya percatado de quién
soy; sólo un mendigo más, he retrocedido veinte años atrás para revivir todo mi
pasado. Ahora sé cuál es el verdadero
valor de las cosas en esta vida, pero ya es demasiado tarde.
Este relato nos deja el sabor amargo de lo definitivo, esa desazón que produce reconocer errores que no tienen vuelta atrás. Buen trabajo.
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