jueves, 4 de diciembre de 2014

¡A MÍ QUE ME REGISTREN! Esther Morales



         Lucila tenía todas las hijas que Dios que le había dado; seis en total.  Por esa razón, se levantaba de madrugada, les arreglaba el uniforme, las despertaba, preparaba el desayuno, las peinaba y supervisaba que todo lo llevaran a  punto.  Les miraba hasta las orejas; que estuvieran limpias y espercudidas.
         Aquel día en particular, tenía mucho trabajo por delante, porque pensaba hacer un potaje y, en la tarde, vendrían las primas a celebrar el cumpleaños del niño menor, Juan.
         Estaba a punto de empezar con el potaje, cuando se dio cuenta de que le faltaban las coles y la calabaza.  Cogió el monedero y salió corriendo a la ventita de la esquina.  A punto de pagar lo comprado, se presentan tres tipos con la cara tapada y armados hasta los dientes con metralletas.
         –¡¡Alto, esto es un atraco!! –vociferaron– ¡¡dennos todo lo que tengan!!, la caja registradora ¡¡rápido, rápido!!.
         Y volviéndose hacia Lucila, uno de ellos, le gritó furioso:
         –¡¡¡Tú, dame todo!!!
         Ella no había pasado tanto miedo en su vida.  Mientras sentía correr su propia orina por las piernas, le decía sin parar a los ladrones:
         –¡¡Regístreme, regístreme!! No tengo sino esto –y le tendía el pequeño monedero para que lo cogieran.





1 comentario:

  1. Me gusta que este título impuesto, haya sacado a la luz vivencias del ayer como estas que, aunque tremendas, forman ya parte del anecdotario familiar.

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