sábado, 23 de junio de 2018

UNA CARTA PARA MARÍA Alicia Carmen







         Hola, María, ¿cómo amaneciste hoy? ¿No te olvidaste de tomar tu pastilla, verdad? No creas, yo ya me estaba olvidando de la mía.  Pues verás, como tantas veces me sucede, me he vuelto a acordar del día en que nos conocimos: el pueblo estaba celebrando su verbena anual y no sé cómo, empezamos a conversar y descubrimos que teníamos tantas cosas en común.  Habíamos nacido en pueblos cercanos, en el mismo año, nuestros padres ya se conocían; como dirían los sabios: vidas paralelas.  Allí decidimos que más que amigas, seríamos hermanas.
         Durante nuestras caminatas por el pueblo, admirábamos con nuestros ojos ávidos de novedades, las bellezas de aquel entorno: las flores silvestres bordeando las veredas nos fascinaban, las sencillas campanillas, las tímidas violetas, las margaritas queriendo imitar al sol y sobre todo, la fragancia embriagadora de la lavanda. María, si cierras los ojos por un instante, todo esto volverá a manifestarse.
         Fue en un mes de julio cuando le regalaste un hibisco a mi hija, para que se lo pusiera en el pelo.  Estaba guapa con su traje de llanera en el acto de fin de curso.  Yo, por mi parte, le regalé a tu hermana pequeña  una orquídea cuando cumplió quince años. Ahora que voy desgranando estos acontecimientos, pienso que las flores han sido muy importantes a lo largo de nuestras vidas. 
         Si bien es cierto que fuimos unas jovencitas soñadoras y algo atolondradas, nunca sentimos celos ni hubo competencia entre nosotras, siempre nos apoyamos y nos alegramos de los logros de cada una.  Por eso, María, el día que mandaron aquel precioso ramo de flores a tu casa, cuando yo estaba pasando en ella una temporada, nos quedamos alarmadas, algo preocupadas e inseguras, con el corazón acelerado.  ¿Para quién sería? ¿A cuál de las dos iba dirigido?.  No lo sabíamos, no había tarjeta, estábamos intrigadas; era el primer ramo de flores que recibíamos.
         A los pocos segundos, que nos parecieron años, sonó el timbre de la puerta.
         –Disculpen, señoritas, ha habido un error, el ramo es para el tercer piso y no para la planta baja–dijo el repartidor.
         De esta forma tan abrupta, se aclaró el misterio.  ¿Te acuerdas, amiga, como después de digerido el chasco nos desternillamos de la risa?  Estoy segura de que ahora mismo te estás riendo, me encantaría que así fuera.  Nunca lo olvides, María, recordar es vivir.





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