Me desperté
sobresaltado en mitad de la noche y entonces escuché un sollozo ahogado, como un
lamento. Confundido, trate de indagar de
donde procedía. Mi asombro fue
gigantesco al percatarme de que el sonido emanaba de mi almohada. La contemplé patidifuso por el estupor y, en
ese preciso momento, aquel llanto cesó.
Mi mano, temblorosa por el misterio que presagiaba, la rozó con
suavidad, tratando de encontrar una respuesta.
Mi intriga, en vez de mermar, aumentó al tocarla y sentirla mojada. ¿Será mi imaginación?, pensé. ¿Qué te pasa?, le pregunté con voz
trémula. Como era de esperar, según lo
razonable, no recibí respuesta por su parte que era, en realidad, lo que yo
esperaba. Entonces, la tomé en mis
brazos y la estreché contra mi pecho. Ay!, mi querida confidente, le dije, si
tú me hablaras, ¡cuántos consejos y reproches me darías!, porque tú conoces
tanto como yo, mis sueños y deseos, mis frustraciones e inseguridades. Fue en ese momento, cuando razoné qué era lo
que estaba pasando y, confundido, me pregunté: ¡Pero Carmelo, si la almohada no
habla, ni puede llorar tampoco!
Dejé a un
lado mis razonamientos y acepté lo que pasaba.
Sin más, coloqué la almohada en su sitio y me volví a dormir
profundamente, y créanme, hasta soñé.
Esta versión de aquello de “consultar con la almohada”, me ha gustado mucho. Original, Lilia.
ResponderEliminarComo siempre Lilia tienes muchísima gracia para contarnos tus experiencias .Tus simpáticas ocurrencias siempre me alegran la tarde. Alicia.
ResponderEliminar