Buenas tardes. Soy una taza y tengo once hermanas más.
Formamos parte de un selecto juego de café. Únicas e irrepetibles, fuimos creadas
por encargo exclusivo para una familia de la nobleza francesa de Limoges; de
ahí nuestro nombre. En nuestro fondo (la gente vulgar lo llama culo), está
impreso el escudo familiar y sobre él se han leído los posos de los personajes
más célebres de la sociedad gala. Somos admiradas en las sobremesas más
elitistas por sibaritas y coleccionistas de arte; presentadas sobre manteles de
sedas y cubiertos de plata, junto con exquisitas ambrosías y licores.
Sobre
nuestros delicados filos dorados se han posado labios ilustres: nobles,
artistas, intelectuales y grandes hombres y mujeres de la política
internacional. En nuestra presencia, los círculos del poder han firmado
importantes tratados y confabulados planes para derrocar Presidentes y
Dictadores.
Bocas
enamoradas han bebido de nuestro vientre inmaculado el aromático y caliente
café. En ocasiones hemos sido cómplices, junto a elixires afrodisiacos, de
clandestinas citas por amantes infieles, en secretas alcobas de palacio.
Reposamos
nuestros frágiles cuerpos sobre pequeños platos, que adornan nuestros cuellos
con una elegante gargantilla de oro. Desde niñas, hemos recibido la educación
más exquisita bajo la tutela de nuestra gruñona institutriz: la todopoderosa
cafetera. Nos ha formado con severidad para poder estar a la altura de nuestro
inigualable pedigrí y vela por nuestro buen comportamiento. También nos
acompaña nuestro querido y paternal azuquero con sus traviesos terrones
ansiosos por empaparse de nuestra excitante infusión. Él, que nos adora,
consiente todas nuestras travesuras. Incitamos a la chiflada cucharita para que
nos provoque cosquillas con su simpático
tintineo, que reproduce el sonido del llamador, consiguiendo así, confundir a
la servidumbre. Este hecho enoja al inquebrantable y estirado mayordomo. A
pesar de la recriminación de la quisquillosa cafetera, nos desternillamos con
la sonrisa socarrona de nuestro fiel amigo el azuquero.
Estas
interminables veladas nos dejan agotadas y, tras un reconfortable baño, manos
hábiles nos secan con delicadeza para, seguidamente, guardarnos en la elegante
vitrina de nuestro noble comedor. Se apagan las luces del palacio… poco a poco, el sueño se apodera de nosotras.
Desde el fondo del armario nos arropa la nana que, con ternura, entona nuestro
dulce azucarero.
¡Qué bueno, Roberto!. Genial me ha parecido este YO SOY. Este ver la vida a través de los ojos de una Limoges me ha resultado creíble, elegante, divertido… He disfrutado su lectura un par de veces, mientras tomaba un café en una taza sin pedigrí, pero amante de los buenos relatos. Ambas lo hemos celebrado juntas. ¡Nos ha encantado!
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato, casi podía podía ver a los personajes cobrando vida. Me has trasladado a compartir con ellos esos instantes tan simpaticos. Genial!!!!!
ResponderEliminarGuau, lo has bordado Roberto, es un relato fantástico me a gustado mucho, Lilia.
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