Soy un sueño abandonado, pero por
suerte ocurrió cuando era muy pequeño. Me adoptó una familia que también estaba
en la misma situación y de ellos aprendí muchísimo, todo lo que sé.
Crecí en un ambiente alegre, culto,
liberal, pero sobre todo en aquel hogar abundaba el amor. Cuando ya estuve
preparado para volver al trabajo, me resistí a ser un sueño querido para otros.
Era muy feliz, pero mi deber era partir. La misión de los sueños es que se
consoliden.
Existía el temor de volver a sentir
un nuevo abandono, de ahí mi reticencia a salir de aquel entorno maravilloso.
Al volver, me encontré con una mente
perturbada de la que me costó liberarme y de rebote, porque no dio tiempo al
abandono, caí en la de un niño que se encontraba en una habitación muy blanca y
casi en penumbra. Siempre estaba acostado y adormilado, rodeado de gente con
batas blancas y dos personas que continuamente le cogían las manitas y le
hablaban con mucha dulzura.
Me alojé en él y desde ese momento
comenzó a producirse un cambio en Ismael, que así se llamaba. Leía, reía,
cantaba, besaba a sus padres, incluso se
mudó de casa y también llegó a correr por el parque, y corriendo por el parque,
sonriendo feliz, así un mal día cayó y me fui con él, porque los sueños somos
efímeros, caprichosos y antes de sentirnos abandonados, nos vamos con quien más
nos quiere.
Me ha encantado ese sueño, la personificación que haces de él me resulta del todo creíble. Casi me han dado deseos de adoptar a ese sueño que estará sólo en los corazones de quienes lo quieran. Muy bien.
ResponderEliminarGracias Isabel. Después de pensar, confeccionar, escribir la narración semanal, espero ansiosa tu comentario. Aprendo mucho con él y quizá es cuando realmente me doy cuenta del valor de lo que escribí.
ResponderEliminar