Su abuelo le decía que el mar y la
mar eran cosas distintas. Nunca lo había entendido hasta que, en ese momento y
mirando hacia el horizonte, se paró durante horas para estudiar todos los
movimientos que salían de tan espectacular maravilla de la naturaleza: las
olas, la espuma blanca, el azul verdoso o azul celeste, según en qué parte del
mundo y también según el reflejo que del cielo percibiera, formaban a veces
repetitivas y rutinarias figuras y de repente una distinta. Estuvo horas
extasiada mirándolas y sintiéndolo mucho, porque respetaba la opinión de él,
tuvo que llevarle la contraria y darle la razón a su abuela.
Julia su abuela, mujer contemporánea
donde las haya, siempre pensó y así se lo hizo saber a todos, que se fundían en
él los dos sexos porque la naturaleza es muy sabia y no quiso dejar fuera a
ninguno, por lo tanto el hombre y la mujer fueron artífices del creador para
semejante obra.
Le gustó más la opinión de su
abuela, y se quedó con ella, aunque respetó la de su abuelo, porque jamás descartó
opinión alguna, y mucho menos si venía de parte de sus abuelos o abuelas.
Paradójicamente y sin que estuvieran
de acuerdo, los dos tenían razón. Son distintos pera a la vez están fundidos.
“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar.
me encontrareis a bordo ligero de equipaje
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
Antonio Machado
Siento absoluta debilidad por el mar y también por esas figuras extraordinarias y tan llenas de sabiduría que son los abuelos, así que verlos juntos en un relato, teniendo como colofón a un poema de Machado, me ha terminado de embelesar. He disfrutado muchísimo este continuo movimiento
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