Le dije al taxista que por favor
pusiera la radio y replicó que en la radio no decían más que mentiras, que los
periodistas estaban manipulados por los gobernantes de turno y daban las noticias
como estos querían. Esto dicho en un tono brusco y de indignación.
El concejal de transporte, de
profesión periodista, no se atrevió a rebatirle. Mejor dejar las cosas tranquilas
que el que conduce es él, me dije.
Al llegar a un semáforo, el taxista
cogió un libro de la guantera y se puso a leer unas líneas, mientras un tropel
de peatones invadía el paso de cebra y un rumano intentó, pero no consiguió,
limpiarle el parabrisas. Le oí murmurando improperios apenas perceptibles.
Ensimismado estaba en la lectura, cuando el color verde del semáforo le sorprendió
y el acelerón que pegó hizo que mis lumbares se resintieran, al mismo tiempo
que él lanzó el libro en el asiento del
copiloto.
Sentí una curiosidad inesperada por
saber lo que leía y con un movimiento
lento como si estuviera cometiendo un delito, me acerqué. Las palabras del
título se veían claras. Apareció una sonrisa en mis labios que no pude
reprimir. “SE VAN A ENTERAR ESTOS TAXISTAS”.
¡Qué bueno, Ana! Que giro final tan ocurrente. Genial
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