Cierta vez, una madre joven con
cuatro hijos, de seis, cinco, dos años y el más pequeño de ocho meses, para
poder llegar a tiempo a una cita que tenía en una población cercana, pidió a su
madre que fuera a su casa a cuidar del benjamín, darles el desayuno a todos y
dejarlos en el colegio.
En la mañana, en cuanto llegó la
abuela, la joven madre le puso el bebé en brazos y subió corriendo a despertar
a los otros chicos. Sabiendo la
abuela lo difícil que es lograr que se
apresuren tan de mañana, se quedó de una pieza al verlos bajar al cabo de cinco
minutos, vestidos y listos para desayunar.
Comenzaba la abuela a felicitarlos
por ser tan buenos niños y haberse dado prisa, cuando uno de ellos, el mayor,
la miró con ojos vidriosos, exclamado:
-¡Abuela! ¡No!, resulta que cuando
nos bañamos fue anoche. Mami no nos dio
pijama, nos vistió con esta ropa de salir, así vestidos nos metió en la
cama. Ahora nos despertó ya vestidos,
solo limpiarnos los dientes y ¡ya!, listos para desayunar.
Al momento, esa madre bajaba lista
para salir, con tres mochilas colgando de la mano, dándole a cada cual la suya.
-¡Venga, chicos! ¡Cada uno a su
misión!, se despiden de la abuela y el bebé –y diciendo esto, salió de casa a
toda prisa, con su prole corriendo detrás de ella.
A los cinco segundos, se oyó el grito
del hijo de seis años.
-¡Mami!
Ella contestó sin mirar atrás.
-¿Qué pasó?
-¡Ay, que tengo un calcetín en un pie
y en el otro ninguno!
-Seguro que se quedó entre las
sábanas –le contestó y, aún sin darse la vuelta, le pregunta -¿Tienes los
pantalones puestos?
-Eso sí, mami
-Pues estira la manga del pantalón
para abajo y verás como no se nota, ¡venga campeones! Seguidme.
La joven mamá muy práctica, sin duda, y tú una excelente narradora, regalándonos siempre historias divertidas, llenas de sentido del humor y veladas enseñanzas. Un abrazo, Águeda
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