A pesar de haber jurado no regresar jamás a aquella
casa, allí estaba, sin atreverme a pasar del umbral de la puerta.
Mientras, se agolpaban en mi cabeza los años de mi
infancia vividos en la GRAN CASA, como era conocida en el pueblo; años de
infelicidad, tristeza, desconcierto, soledad, miedo; acompañada de un padre
autoritario y maltratador; y una madre que prefería la compañía de una botella
a cualquier otra cosa, para no enterarse de lo que pasaba a su alrededor. Los
muebles eran los mismos que yo recordaba; sólo que cubiertos por unas sábanas
para protegerlos del polvo.
Mientras iba avanzando, la ansiedad se apoderaba de
mí. Mis piernas me decían que saliera corriendo, que no podría vivir de nuevo
en aquella casa. Me senté en mi sillón favorito, el rojo granate, y valoré las
opciones que tenía, ¿quedarme y atormentarme día a día con los recuerdos? O
¿esperar a que mañana, el día señalado para el desahucio de mi verdadera casa,
de mi verdadero hogar, me dejara en la calle?.
La realidad que nos rodea es tan tremenda que es difícil abstraerse, ¿verdad?. Por eso es que la relatamos, la contamos, para exorcizarla de alguna forma. Muy buen relato.
ResponderEliminar