¿Qué es un mito?. Esta es la primera incógnita que
tuve que aclarar y, tras consultar con el diccionario de la R.A.E., debo decir
que la palabra tiene más acepciones de las esperadas.
Atendiendo a una de ellas: “Persona o cosa rodeada de
extraordinaria estima”, he escogido un personaje de trascendencia universal que
ha dejado una impronta única y personal: María Callas, cantante de ópera.
La gran diva del bel canto, conocida por todo el
mundo, deslumbrante e inalcanzable. Poseedora de un virtuosismo que rayaba en
lo divino, con una habilidad dramática que recreaba cada matiz musical dándole
sentido a cada palabra de sus
personajes. La musicalidad y profundidad de sus interpretaciones no ha sido
igualada.
Pero la Callas cantante “tenía una calidad interior
extraña, abrasadora… Siempre era diferente pero, siempre fiel a sí misma”,
según palabras del Director de Orquesta Giannandrea Gavazzeni tras la
representación en la Scala de “Un ballo in Mashera” en 1957.
Callas, la diva, pero también la imperfecta.
Desdichada en su vida personal, marcada por fracasos sentimentales inevitables
y por la tragedia. Mujer de fuerte carácter, se la tachó en ocasiones de altiva
y prepotente. Mujer de luces y sombras, nunca encontró la felicidad que tanto
ansiaba. Su corazón siempre perteneció a un hombre, el magnate griego
Aristóteles Onassis, que jamás supo valorar ni corresponder y que, además, la
abandonó para casarse más tarde con Jackie Kennedy.
Esto la sumió en una depresión que, junto con el
declive de su carrera, provocó que la cantante intentara suicidarse. Falleció
finalmente a los 53 años en París, sin llegar a esclarecerse la causa de tan
extraña muerte. La urna fúnebre fue robada y tras su recuperación, días más
tarde, sus cenizas se dispersaron en el mar Egeo.
Hay personas con vidas muy intensas que sobreviven a
su propia existencia. La mayoría de las veces poseen personalidades muy
marcadas; vidas que traspasan fronteras y dejan su huella única e inigualable a
través del tiempo.
Tenemos ejemplos en prácticamente todos los campos:
ciencia, literatura, canto, interpretación, etc….Virtuosos, al fin, con un
estilo propio que no deja indiferente a nadie. Genios como Ramón y Cajal,
escritores como Gustavo Adolfo Bécquer, cantantes como Edith Piaf o Marlene
Dietrich, luces del celuloide como Ava Gardner, Greta Garbo o James Dean, etc….
Existencias tortuosas que tienen en común la pasión y la intensidad con que
apuraron cada segundo de su vida. Personalidades con una marcada bipolaridad,
inmersas en grandes conflictos entre el personaje del gran público y el
sentimiento de soledad interior en el ámbito privado; como si su vida
contuviese otras muchas, cual matrioska que genera tsunamis de emociones encontradas:
o son amados toda la vida o son odiados hasta la muerte. En definitiva, genios.
La gloriosa locura de los genios, sí señor, esa cuyos pasos son indelebles y rozan, tocan, acarician el corazón de los otros, o nos sumergen, por unos instantes, en esa pasión arrolladora del Arte con mayúsculas. Una diva, un mito, una leyenda…
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