En nuestro paso por la vida, cosechamos muchas
amistades, pero lamentablemente, si la vida nos obsequia con reveses e
infortunios, en esos puntuales momentos de contratiempos, en los que lo estás
pasando mal, cuando más necesitas apoyo y amparo, ¡zas!, como por arte de magia
se evaporan los que decían ser tus amigos. Claro, por supuesto que se van, para
que se van a quedar, si ya se ha terminado el whisky.
También he descubierto que si, por fortuna, estás en la cima, paradójicamente, todo el
mundo te ofrece de todo pero, cuando es a la inversa, si realmente necesitas,
que estás efectivamente perdido y con un raudal de complicaciones, en ese
instante, se van cerrando todas las puertas que tocas.
Hay un dicho popular que dice que, cuando se cierra
una puerta se abre una ventana, solo es una leyenda; en mi caso no fue así, y
mira que se me cerraron puertas y portones, y para rematar, el banco me despojó
de mi casa llevándose todas mis ventanitas, me dejó sin nada que abrir, para
que me pudiera llegar un poquito de aire. Miento, el banco amablemente me envía
un amplio abanico de cartas para recordarme la deuda y así, yo tenga algo que
abrir.
¿Qué toca hacer en estos casos?. Recurrir al único
comodín que nos queda, el regreso a la casa de los padres. Cuando me independicé, pensaba que sería
definitivo y nada más lejos de la realidad, porque la vida nos da lecciones y
no siempre las cosas son blancas o negras; he aprendido que también hay otras
tonalidades con variedad de matices.
He descubierto que… ¡has regresado al taller! y eso me ha hecho tremendamente feliz.
ResponderEliminarLo que nos cuentas en este relato en primera persona, es un calco perfecto de la triste realidad que nos ha tocado vivir. ¡Cuántos desencantos! Yo misma lo firmaría. Tal cual. Pero la literatura nos salva, nos rescata; ¡nada como dejarlo todo sobre el papel!