Cuando voy a Maracaibo
y empiezo a cruzar el puente,
siento una emoción tan grande
que se me nubla la mente.
Siento un nudo en la garganta
y el corazón se me salta
y sin darme cuenta pienso,
y sin querer estoy temblando.
Así cantan los maracuchos su gaita navideña, al son de
tambores y furruco.
Hace tiempo, después de 20 años fuera de mi isla,
cuando vine de visita y pisé el aeropuerto, sentí esa emoción y alegría. Su
energía la sentía a medida que subíamos por la carretera y llegábamos a los
pueblos. Cuando pasamos por San Andrés, mi alegría fue infinita: Jinama,
Nisdafe, las paredes y cercados, El Bailadero de las Brujas, los pinos, hayas y
brezos.
Cuando llegamos a San Salvador y se abrió un poco la
bruma para dejar ver los Roques de Salmor, sentí lo que los maracuchos y su puente;
el corazón me dio un vuelco y se nubló mi mente.
Me encantó tu relato y sé por qué: ¡me he sentido absolutamente reflejada en él!.
ResponderEliminar