Soy una taza
de desayuno y mi dueña se llama Katy; tiene seis años. Vivimos con sus padres –ella los llama papi y mami –y su hermano
Daniel, aunque a veces, cuando Katy se enfada le llama idiota; creo que es su
segundo nombre. Llegué a esta casa, una tarde de invierno, después de vivir una
larga temporada en la estantería de unos grandes almacenes. Ya estaba perdiendo la esperanza de que
alguien me adoptara, hasta que mi dueña se encaprichó de mí. Así empezó mi nueva vida.
Daniel
Idiota me llama “taza cursi” porque mi piel es de color rosa y tengo un tatuaje
de una niña rubia sonriendo; se parece mucho a Katy. Yo creo que por eso le gusto tanto.
Katy me
utilizaba todas las mañanas para desayunar: leche con cornflakes de chocolate
que le encantaban, tanto a ella como a mí.
Los restos que dejaba, yo también los saboreaba.
Una mañana,
para hacerla enfadar, Daniel me usó para su desayuno. Yo me puse a temblar. ¡Qué horror! No
soportaba esas galletas que utilizaba para mojar en leche, unas con forma de
dinosaurio. ¡Me daban miedo!. Temblé
tanto, tanto que la leche se desparramó por todos lados!
Daniel
Idiota –ahora yo estaba enfadada y lo
llamaba por sus dos nombres –no paraba de gritar.
-¡Taza
inútil, estúpida! ¡Me he quedado sin desayunar por tu culpa! ¡No te usaré
jamás!
Al oír esas
palabras, yo me puse tan contenta que mi color rosa se volvió más intenso y
brillaba en el locero, entre las demás.
La felicidad se reflejaba en mi rostro.
Genial este relato, con vocación de cuento infantil, y voz narrativa tan original como efectiva. Muy bueno.
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