Se encontraba
mirando aquel paisaje que tantas veces pasó por su mente. Había pasado 70 años,
pero a Nicolás le parecía que había sido ayer cuando se había ido. Nada más bajarse del coche, se sentó en la
pared del camino y recordó tantas cosas: sus juegos de niño, las travesuras de
su juventud con sus amigos, algunos ya no estaban, tampoco sus padres, ni hermanos,
pero pensaba como sería encontrarse con la única hermana que le quedaba, de los
ocho hermanos que fueron. Sus ojos, cansados por los años y el sufrimiento, se
llenaron de lágrimas de alegría por volver a estar allí, contemplando ese paisaje
con el que había soñado. Se preguntaba cómo sería el momento de abrazar a su
hermana de noventa y dos años y la alegría lo invadía por poder alcanzar su
sueño. Pensó en quedarse en aquel lugar
hasta el final de su vida y así se lo
dijo a su hijo Juan, que observaba emocionado a su padre. Él lo había
acompañado a regresar a sus raíces, como tantas veces le había pedido.
-Hijo, ya tienes tu familia y no me necesitas ya,
tienes tu propia vida. Aquí está lo que queda de la mía, de mi casa, de mi vida
anterior y aquí me quiero quedar.
Su hijo pensó
que sería inútil tratar de hacerle cambiar de idea porque esa venía de tiempo atrás; su padre se lo había
comentado muchas veces y, aunque al principio pensaba que no lo haría, él
estaba dispuesto a aceptarlo, si su padre era feliz, concedería gustosamente
ese deseo a su padre, se lo debía por los sufrimientos que le había hecho pasar
en la vida.
El encuentro
con su hermana fue grandioso: ella con
noventa y dos, él con noventa y
siete, se unieron en un abrazo
interminable. No podían ni hablar, de la emoción. Solamente se abrazaban y
lloraban.
Juan
comprendió que su padre era inmensamente feliz y allí le dejaría, tal como él
le había pedido tantas veces. Pasadas unas semanas, Juan se despidió de su
progenitor, marchando rumbo a su vida, lejos, en otro país.
Relato con aroma a real, a verdadero y creo no equivocarme. Me encanta leer o escuchar estas historias nacidas de la realidad. Nada tan inspirador como la propia existencia; como protagonista o como testigo, o como simple eco de lo escuchado.
ResponderEliminar