Una noche, mientras
cenábamos, mi madre nos dijo que teníamos que ir al Golfo a traer un cesto de
uvas , y de paso, pasar por la huerta a ver si había duraznos y tomates. Nos
advirtió que teníamos que madrugar para poder volver en el mismo día. A mí,
como la mayor, me tocó ir con mi hermano. Nos levantamos temprano y empezamos
nuestro camino hacia el Golfo. En Jinama, yo le pedí a la Virgen que me
acompañara, que cuando volviera por la tarde yo le daba algo. Bajamos el risco
casi corriendo, aunque la burra nos caminaba poco. Cuando llegamos a la plaza,
entramos a tomar agua en la pensión que estaba allí porque sabíamos que allí siempre
había un balde. Nos refrescamos y proseguimos la marcha para llegar a Los
Llanillos. Ese trayecto se me hacía largo. Al fin llegamos y nos fuimos a
llenar el cesto de uvas, y de paso pasar por el huerto a buscar duraznos y
tomates, tal como nos habían ordenado.
Llegamos a la
casa de El Golfo, después del trabajo y amasamos gofio que comimos con uvas y queso, y sin descansar
mucho, salimos de vuelta para San Andrés antes de que se nos hiciera de noche.
Subimos los Corchos y las Vueltas del Pino apurados. Mi hermano me decía que
estaba cansado y yo lo iba engañando, le decía, mira ya vamos a llegar a la
Cueva Las Pipas y allí descansamos. Al final llegamos al Miradero, desde donde
se ve todo el Golfo. Luego, pasamos por el Mocán de la Sombra, y allí, en el
tronco de un árbol está la imagen de una virgencita de la Concepción y allí
vimos a los pájaros carpinteros que solían hacer sus nidos en el lugar, todos
los años. Allí nos sentamos y comimos algo del gofio y las uvas que nos había sobrado. Después
de descansar un poco, volvimos a subir, pasando cerca de una fuente y cuando
nos acercamos a las vueltas de Jinama,
nos dimos prisa en pasar por la Cuesta
el Viento porque allí había un
precipicio. ¡Llegamos a Jinama! Allí, yo le di gracias a la Virgen de la
Caridad, y como le había ofrecido, le di un racimito de uvas que había guardado
y mi hermano sacó del bolsillo una
moneda de cinco céntimos y se la dejó.
Salimos de
Jinama antes de que nos oscureciera, y al llegar a la Cruz del Vino y ver el pueblo, ya me parecía estar en casa, aunque
todavía nos faltaba pasar por la montaña Fosa por el arco y por la montaña San
Andrés. Ya se había puesto el Sol, cuando al fin llegamos a casa.
Todos estos
recuerdos que durante mucho tiempo me ofrecieron sentimientos encontrados, no
se olvidarán nunca por mucho tiempo que pase pero, ahora, lo rememoro con
alegría.
Como lo por ti relatado me toca tan de cerca, por haber escuchado historias parecidas de voz de mi abuela y mi madre y porque conozco los paisajes que nombras, esta historia me ha llenado de ternura emocionada. El pasado es un lugar donde volver siempre… Gracias, Maruca
ResponderEliminarQué suerte Maruca , tener tan bellos recuerdos de la infancia.Felicidades, Alicia
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